A primera vista parece que la “Noche blanca” le ha salido
muy bien al Ayuntamiento. Cientos de personas, entre locales y turistas, ocupan
las calles del Centro Histórico y hacen repuntar la cifra de visitantes a foros
culturales del primer cuadro y los alrededores.
En el Macay hay cita a las 11 para los desvelados. Invitan Alberto
Ruy Sánchez y Tatiana Zugazagoitia, cabezas del espectáculo literario y
dancístico “Elogio del insomnio”. Qué deseos de ver bailar otra vez a Tatiana. La
primera coreografía en que la recuerdo en escena fue una creada por ella misma,
“Viaje al reencuentro”, en que recorría nuevamente, pero ahora con propósitos
artísticos, el camino del dolor al consuelo en el que transitó por la muerte de
su padre. Como después supe que es característica de su propuesta, no toda la
coreografía es “bailada” en el significado tradicional del concepto, pues hay
momentos –algunos en silencio- en que se ejecutan movimientos ordinarios, como cuando
hace una fila de figuras de papel que simbolizan velas.
Esa antigua experiencia en el Peón Contreras deja una
lección: sin importar el grado de conexión entre yo espectadora y la
coreografía, produce placer admirar a la Tatiana bailarina, una artista con
talento, oficio y escuela (en su currículum hay estudios de danza clásica en
Rusia). Ésa es la razón para asistir a espectáculos posteriores de Tatiana, el
más reciente el del Macay, en el que Ruy Sánchez lee textos de sus
libros “Elogio del insomnio” y “Decir es desear”, que se intercalan con momentos
de danza.
Pero en esta calurosa noche blanca del sábado 20 de julio en
el Macay hay circunstancias que no favorecen el disfrute.
Una noche antes el museo inaugura sus exposiciones del
trimestre julio-septiembre; recorrer las salas es una buena opción para ocupar
el tiempo de espera para “Elogio del insomnio”. Son las 10:30. Cuando se le
pregunta, un empleado del museo señala la sala 14 (en la segunda planta) como
lugar de la presentación de danza y aconseja darse prisa para llegar: sólo se
permitirá la entrada a 70 personas. Otro empleado está de pie frente a la puerta
de la sala 14, impide el paso y advierte: la fila para acceder se está formando
en el primer piso; no estás en ella, no entras.
Planta baja nuevamente. Altavoz en mano, un tercer empleado
da indicaciones sobre la dirección que sigue la fila, apunta con el dedo a los
asistentes para contarlos, habla por radio con alguien más al que le advierte que
prolongar la espera en esas condiciones podría tener efectos negativos. Finalmente, la orden
de subir, pero sigue sin escucharse una para entrar; otra espera de minutos
junto a la puerta de la sala con la indicación adicional de pegarse a la pared (para
permitir el tránsito por los pasillos de los visitantes a las exposiciones) y
la escena ya vista del empleado apuntando con el dedo para asegurarse de que
sean 70 los espectadores.
El ingreso a la sala es un alivio para la mente y
el cuerpo cansados. Hay sillas distribuidas en forma de U alrededor del área de
la representación. Tatiana “duerme” en una cama mientras el público ocupa sus
asientos. Privilegiados los que encontraron lugar exactamente enfrente de la
cama, no hay columnas inoportunas que limiten su campo de visión.
Ruy Sánchez, de holgados pantalón y camisa blancos y
descalzo, saluda sonriente a algunos asistentes. La expresión le cambia al paso
de los minutos; a una empleada le pregunta con evidente molestia el motivo
del retraso en el inicio del espectáculo; ella responde: “Estamos esperando a
directivos”. Esos directivos resultan ser el alcalde y otros funcionarios
municipales, que se retiran a mitad de la presentación.
|
Tatiana Zugazagoitia, Alberto Ruy Sánchez y bailarines
invitados al final de "Elogio del insomnio". |
Quiero creer que me involucro en el espectáculo, pero me doy
cuenta que no estoy entendiendo las palabras del escritor; no me llegan definidas
las voces (tal vez por las dimensiones de la sala las palabras
retumban y se pierden) y no tengo el consuelo de intentar leer los labios
porque en mi contra está la ingeniería del espacio que me oculta buena
parte del tiempo el rostro del autor.
La misma ingeniería es la que me niega una buena perspectiva de
los movimientos de Tatiana. Y esta vez ella tiene compañía, seis bailarines que
ponen piel a la abstracción que la coreógrafa creó con música de Alejandro
Basulto. Me resulto antipática por pensar que la suma de fuerzas es inequitativa,
pero no puedo evitar creerlo: la
diferencia de trayectorias y talentos de los invitados respecto a Tatiana
produce un efecto disparejo. Y también chocante.
Hay un momento que puedo seguir con bastante claridad y que
me llevo conmigo –aún tengo conmigo- al final de la función: la pareja “bailando
dormida” en la cama, en la que va cambiando de posición como cuando nosotros
lo hacemos entre sueños.
Van a dar las 12 y el Macay ya se ve lejos. De la “Noche
blanca” me quedan tres razones para que el museo reciba visitantes este trimestre:
* La colección de la Secretaría de Hacienda. Una
reunión de esculturas figurativas y abstractas entre las que sorprenden y
conmueven las de Heriberto Juárez, Carol Miller, Alberto Castro Leñero y Juan
Soriano.
|
"Toro", bronce de Heriberto Juárez. |
|
"Toro mexicano", de Heriberto Juárez (bronce). |
|
"Pato", vaciado en bronce de Juan Soriano. |
* “Las mariposas de viento” de Manuel Lizama. Colección de grabados en linóleo que, a pesar de plasmar escenas rurales y
figuras indígenas –un tema que algunos creadores plásticos de la Península han explotado
para gozo y transacción con los turistas-, hablan con voz suave e íntima a
blanco y negro, sin afanes reivindicatorios que acusan más una pose que un
sentimiento honesto.
|
"El rincón de las mariposas", grabado de Manuel Lizama. |
* Las cajas de arte objeto que, junto con
collages, maniquíes y técnicas mixtas, dan forma a los “Cuerpos vibrantes” de
Marcela Lobo. Los misterios de la niñez y el encanto de la inocencia se asoman entre
camafeos, zapatitos y juguetes enmarcados.
|
"Exvoto", Marcela Lobo. |