lunes, 28 de abril de 2014

Arte y artesanía de mayólica

Vinateros en "Mayólica de Iberoamérica"
Quien desee insistir en el debate de si la artesanía es arte que se dé una vuelta por el Museo de Arte Popular, frente al parque de La Mejorada.

El museo acoge temporalmente “Mayólica de Iberoamérica”, una selección de trabajos en esta técnica que pertenecen a la colección de Fomento Cultural Banamex.

Como se explica en el texto de presentación de la muestra, los objetos hechos con mayólica (conocida más bien con el nombre genérico de Talavera) tienen en origen un objetivo práctico: servir para el uso doméstico. Es por eso que en la exposición predominan jarras, botijos, platos, vasijas, maceteros, vinateros… Pero también hay cruces de camino, un Nacimiento, benditeros (piezas con una saliente cóncava para colocar el agua bendita), figuras decorativas y un “cuadro” de azulejos.

Tibores. El de la izquierda es de Talavera de la Reina, Puebla,
y el de la derecha, del taller de Gorki González, en Guanajuato
Algunos de estos objetos se ajustan a la idea tradicional de una pieza de Talavera, por ejemplo los lebrillos (especie de tazones) y tibores (jarrones con tapa) pintados en blanco y azul. Sin embargo, hay también piezas en las que los artesanos-artistas juegan con los colores y las formas para producir belleza, aun en aquéllas que surgen como utensilios domésticos: vinateros de asa trensada o calados, tibores decorados con franjas amarillas verticales y jarrones pintados con detalladas escenas campiranas o motivos florales.

Cruces de camino, de Tater Camilo Vera Vizcarra
De especial atractivo son las obras de Tater Camilo Vera Vizcarra, procedentes de San Sebastián, Cuzco, Perú, que, aunque siempre de uso cotidiano, no son las piezas típicas de la mayólica. Sus cruces de camino combinan tonos azules, verdes y amarillos y tienen velas y rosetones en su base. Hay asimismo un torito en blanco, verde y amarillo que saca la lengua y lleva el cuerpo pintado con la figura presumiblemente de su amo.

Torito, de Tater Camilo Vera Vizcarra
De los sevillanos Cristóbal Rodríguez y Juan Aragón hay cuatro ejemplos de una decoración que persigue otra intención: se trata de escenas históricas (hay un cuadro de azulejos que evoca a Napoleón) o personajes de época representados con gran atención al detalle.

Trabajos de Cristóbal Rodríguez y Juan Aragón
“Mayólica de Iberoamérica” no es una exposición exhaustiva, pero los minutos en la sala “Addy Rosa Cuaik” del museo se transcurren con gusto. La muestra podrá visitarse hasta octubre próximo. El museo está abierto de martes a sábado de 10 a.m. a 5 p.m. y domingo de 10 a 3. No se cobra la entrada.


Figuras en "Mayólica de Iberoamérica"

jueves, 10 de abril de 2014

"La gran belleza" llega a Mérida


La vocación con que nació el ciclo de cine de LA68 fue la de ser un espacio en Mérida para la proyección de documentales, el género en que se especializa Lorenzo Hagerman, propietario con su esposa Paula de la Casa de Cultura “Elena Poniatowska”. Con el tiempo se ha convertido también en una sala que ha acercado a los meridanos a largometrajes de ficción que en el mejor de los casos tardarían años en llegar a la ciudad.

En LA68 se han exhibido, antes de que lo hicieran en cines comerciales de Mérida, cintas como “Luz silenciosa”, que le mereció a Carlos Reygadas el Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2007; “Heli”, por la que Amat Escalante ganó la Palma de Oro al mejor director en el mismo festival en 2013, y, este año, “De tal padre tal hijo” y “La vida de Adele”, la primera Premio del Jurado y la segunda Palma de Oro a la mejor película, ambas en Cannes 2013, y “La gran belleza”, que en marzo pasado se llevó el Óscar a la mejor película extranjera.

“La gran belleza”, del italiano Paolo Sorrentino, es una película larga (poco más de dos horas de duración) que no sigue la estructura “planteamiento, desarrollo, clímax, desenlace”, sino que se construye con microhistorias, bosquejos de la vida de Jep Gambardella, escritor de una sola novela, periodista, parrandero, mujeriego, cínico y proclive a la sonrisa. Una experiencia comparable a hojear un álbum de fotos en el que cada imagen tiene una historia particular; al final, aunque en apariencia inconexas entre sí, todas aportan la información que necesitamos para comprender al protagonista. Esta forma de narrar hace imposible anticipar las acciones de Jep y el momento del final, lo que después de 120 minutos puede producir cierta ansiedad.

Toni Servillo como Jep Gambardella

De ahí en fuera todo juega a favor de “La gran belleza”. Toni Servillo mezcla en Jep calidez, elegancia y humor; crea con maestría a un hombre que camina al borde del patetismo (a los 65 años sigue acostándose de madrugada porque de noche se va de fiesta o a recorrer la ciudad, se la pasa bebiendo y es aficionado al sexo) pero que está dotado de una gran sensibilidad y muchas emociones, que fluyen por el expresivo rostro del actor. Cuando a Jep le informan de la muerte de su gran amor de juventud algo le empieza a hacer ruido: se cuestiona el pasado, llora las pérdidas, busca significados. Pero el guión de Sorrentino y Umberto Contarello  no cae en la trampa de las películas edulcoloradas y moralistas en las que el protagonista, arrojado a los placeres mundanos, encuentra el verdadero sentido de su vida cuando casi la pierde de tan bajo que cae. Jep no va a rechazar las alegrías de la carne; va a volver al punto de partida, a su pueblo de origen, en busca de esa “gran belleza” a la que le dio la espalda y pensó encontrar en Roma.

Porque aquí la capital milenaria es la verdadera protagonista del filme, una metáfora de nuestros sueños de éxito, nuestras aspiraciones de grandeza personal y profesional a los que con el tiempo la realidad reduce o aniquila. Por eso el esmero con que Sorrentino nos muestra a Roma en escenas de gran belleza visual, como aquélla de tintes surrealistas en la que Jep visita de noche las termas de Caracalla, resaltadas por la iluminación artificial, y descubre una jirafa, y una en la que el escritor y su amiga Ramona hacen un paseo nocturno por las habitaciones que resguardan las obras de arte de los palacios.

Incluso las escenas de fiesta, con los invitados bailando frenéticamente, dan cuenta de esta estética, que en ocasiones se acompaña de una emoción intensa, como cuando una condesa venida a menos, que junto con su marido se “renta” como invitada a eventos sociales, entra fuera de horario a un palacio convertido en museo y se dirige a la sala que exhibe una cuna… su cuna. Ahí escucha la explicación que reciben los visitantes regulares: en ese lugar había nacido y vivido una infancia feliz, a pesar de que su madre había muerto joven; con los años, por problemas económicos, su padre tuvo que vender el palacio…

Además de ofrecer opciones de cine no comerciales, LA68 también cobra entradas por debajo del precio de las salas de cadena: 30 pesos el adulto, 15 pesos los estudiantes. La programación varía cada semana; en ésta, “La gran belleza” se va a proyectar nuevamente el sábado 12 a las 5 de la tarde.

martes, 1 de abril de 2014

Muchas formas de ser contemporáneo

Imagen de la colección "El sonido del agua me recuerda",
de Manuel Mendive, en el Macay

El arte contemporáneo es generoso al reconocer la paternidad de obras con más o menos grado de rebeldía respecto a las formas e ideas tradicionales. Y las exposiciones del primer trimestre del año en el Macay (ahora llamado Museo Fernando García Ponce-Macay) fueron una muestra de que por las venas de los hijos de la plástica contemporánea corre todo menos el mismo ADN.

Ahí está para comprobarlo el cubano Manuel Mendive, el invitado principal de este período y cuyas obras ocuparon las salas 9, 10 y 11. Los protagonistas  de su colección “El sonido del agua me recuerda” son figuras oníricas que sugieren cierta naturaleza humana , pero que en los relatos plásticos de Mendive también tienen algo de aves (en algunas se reconocen picos y alas), peces (están suspendidas en posición horizontal, como si estuvieran nadando) y seres aún por existir, rociados con pequeños caracoles. Sin embargo, las escenas de este universo , en el que incluso los marcos forman parte de la narración, tienen un sabor familiar, como si los ambientes marinos y selváticos que induce a imaginar el predominio de verdes, azules y cafés de los cuadros se hubiesen inspirado en paisajes pintados décadas atrás y trasladados a un mundo paralelo.

En contraste, en las “Dimensiones insospechadas” de Alfredo Castañeda, en la sala 1, es fácil reconocer las formas humanas de los personajes, entre los que se repite con insistencia un varón de barba abundante y cabeza calva. Pero las situaciones en que Castañeda lo coloca chocan con nuestra lógica y lo que sabemos que es posible; en “El gran parto”, por ejemplo, la cabeza desnuda-peluda del individuo se asoma por el bajo vientre de un hombre de aspecto similar y con las piernas abiertas en actitud de alumbramiento. 

"El que tenga oídos para oír que vuele",
de Alfredo Castañeda, en el Macay

En las salas 6 y 7 se abrió un espacio para jóvenes creadores, que, con el título “Yucatán, arte emergente. El impulso de la creación”, compartieron sus diferentes aproximaciones a la plástica. De especial interés fueron la obra “Tánatos o La Piedad”, en la que José Luis Bojórquez recrea con personajes de cómics el dolor de una madre por la pérdida de su hijo; las esculturas de Manolo Niembro, monocromáticas y de formas orgánicas, placenteras a la vista, y la colección de Alexander Ovcharov, quien, además de pintar, toca el oboe con la Sinfónica de Yucatán.
"Tánatos o La Piedad", de José Luis Bojórquez

Alexander ha expuesto anteriormente en otros foros, como la galería del Peón Contreras, donde ya había dejado en claro que la suya no es una pintura solemne, pero tampoco un divertimento sin sustancia. Uno de sus cuadros en el Macay fue “Manzana de la discordia”, que representa una discusión de hombres en un mercado que se anticipa violenta y que lleva al espectador a preguntarse por qué, si los personajes visten con ropas modernas, hay uno que lleva lo que aparenta ser una capa de armiño, como si se tratara de un rey de los de antaño, y por qué hay otro con el brazo cubierto con una estructura similar a la de una armadura… En “El paradigma del camino y los Globos Cruciger”, el personaje en primer plano es el presidente ruso Vladimir Putin, quien está representado en forma realista; pero esa literalidad en la recreación de la figura humana se pierde en los hombres que lo acompañan hasta el punto que uno de ellos, del que sólo se alcanza a ver parte del rostro, remite a Homero Simpson.

Obras de Alexander Ovcharov en el Macay
El nuevo ciclo de exposiciones trimestrales en el museo se abrirá este viernes 11 de abril.