lunes, 15 de julio de 2013

"Heli" y los golpes de pecho



Amat Escalante y Lorenzo Hagerman, director y fotógrafo
de "Heli", en la presentación especial de la película en LA68.


Me gusta creer que soy aficionada al cine de terror, pero hay películas que se encargan de desengañarme. He prometido con convicción que nunca veré “La masacre de Texas”¸”El juego del miedo” y “Hostel” ni terminaré de hacerlo con “Juegos divertidos” porque el tormento físico, como el que se practica contra personajes de esas películas, me produce una infelicidad que se prolonga más allá del tiempo que dura la cinta.

El propósito que Michael Haneke persigue con la violencia de “Juegos divertidos” no se relaciona con la intención recreativa de los filmes de Tobe Hooper, James Wan y Eli Roth, pero su efecto es el mismo, como también el que producen en mí las escenas de tortura en cintas sobre la guerra contra el terrorismo o el narcotráfico.

Se entenderá entonces el recelo con que comencé a ver “Heli” en la primera de las dos funciones especiales que su director, Amat Escalante, presentó durante una visita especial a Mérida para inaugurar la Sala Maravilla de LA68 Casa de Cultura “Elena Poniatowska” el jueves 4 de julio. Desde su estreno, y el triunfo de Amat, en Cannes las críticas a la película se han centrado en la crudeza con que retrata el impacto de la guerra contra el narco en las familias mexicanas, que muestra sin consideración con los estómagos sensibles la tortura a un militar, la agresión a animales y las vejaciones en el entrenamiento a soldados.

Tienen razón quienes dicen que “Heli” es dura y violenta. Deja una sensación de profunda tristeza ser testigo de actos de barbarie contra personas que sólo están en el lugar y el momento equivocados y no disponer de los medios para acabar con la opresión que viven. Pero a medida que avanzaba la película y me enfrentaba a las escenas de las que tanto se habla me nacía un sentimiento de incredulidad: ¿Éste es el grado de violencia que ha llevado a espectadores y críticos a salirse de las salas porque piensan que "ya es demasiado"? Porque “Heli”, a pesar de sus imágenes crudas, no es ni una fracción de lo gráficamente violenta que es cualquiera de las películas de Quentin Tarantino ni muestra más muertes ni destrucción que las que hay en éxitos del sistema, como “El hombre de acero” y “Guerra Mundial Z”. Es sólo que “Heli” no recurre a la violencia como instrumento de diversión ni nos conforta con la idea de que lo que vemos es una ficción (de hecho, Amat dice que la agresión al militar y el entrenamiento de los soldados son tomados de vídeos reales).

Si hubiera querido, el director podría haber hecho a su película más dura, pues están documentadas prácticas mucho más crueles para causar dolor (ahí están las descripciones de Mario Vargas Llosa sobre cómo actuaba la policía de los Trujillo en “La fiesta del chivo” y de Eduardo Galeano sobre la represión de la dictadura en Uruguay).

Más atención habría que ponerle al estilo narrativo de Amat, de ritmo pausado, escenas largas, muchas en silencio y no todas necesariamente relacionadas con el desarrollo del conflicto, una forma de contar historias que choca con la manera con que estamos acostumbrados a ver cine, de estímulos continuos “para que no se aburra el espectador”. En lo personal me gustaría más que “Heli” motivara una discusión sobre el valor de los lenguajes no mayoritarios del cine y no una condena mojigata a su retrato de la realidad.


La película llegará el 9 de agosto a las salas de cine comerciales.

Amat Escalante y Lorenzo Hagerman.


martes, 9 de julio de 2013

Un espíritu en Bellas Artes


Blanca Ríos agradece los aplausos del público al final
de la presentación de "Giselle" en Bellas Artes.

Exactamente ciento setenta y dos años después de su estreno en París, la Compañía Nacional de Danza abrió su temporada de representaciones de “Giselle” en el Palacio de Bellas Artes.
La noche del viernes 28 de junio, en la primera de las cuatro funciones programadas (dos el sábado 29 y la última, el domingo 30), el papel protagónico del duque que engaña a Giselle tuvo sabor cubano con la actuación de Carlos Quenedit como bailarín invitado. A Carlos se le vio bailar en Mérida en las giras del Ballet Nacional de Cuba por la Península de 2005 a 2007; de hecho, fue en esta ciudad, al final de la visita de hace seis años, cuando abandonó a la agrupación artística.
Carlos aporta juventud -mantiene un rostro de niño-, galanura y fuerza física al personaje del infiel que es reinvidicado por el amor de Giselle. La campesina esa noche fue la primera bailarina mexicana Blanca Ríos, digna de admiración por la rapidez y el equilibrio de sus movimientos, especialmente cuando se presenta como nueva wili ante Myrtha, la reina de esos espíritus.
A Myrtha la interpretó la primera solista japonesa Mayuko Nihei, de saltos limpios y líneas delicadas.
Alfredo López Mancera diseñó el vestuario, que para las wilis incluyó faldas con detalles azules, en el caso de Myrtha, y verdes, en el de los demás espíritus, y tocados de pedrería que contribuyeron a dar al grupo de ánimas, implacable con los humanos, un aspecto dulce.
A pesar de tener todas estas cualidades a su favor, a la “Giselle” de la CND le faltó garra, fuerza escénica que la hiciera memorable. A Carlos se le sintió ajeno a la historia, la mayor parte del tiempo fue inexpresivo y sus movimientos se vieron mecánicos. Blanca se notó más involucrada en la personificación de Giselle, pero, exceptuando la dramática escena de la locura y muerte, la interpretó sin matices que la hicieran atractiva, sin diferencias contundentes entre la chica ingenua del primer acto y el ánima en pena del segundo.
La falta de identificación con los personajes alcanzó a las wilis, que carecieron de ese aire de mujeres fatales a las que no se debe provocar, y a Hilarión (Luis Zamorano la noche del viernes), quien se tomó con bastante calma el hecho de estar condenado a bailar hasta morir.
Míriam González como Berthe fue convincente narrando con mímica qué le ocurre a las jóvenes que mueren antes de su boda, pero sin maquillaje de canas ni arrugas que la envejecieran aparentó ser, más que la madre de Giselle, alguien de menos edad que la protagonista.
El acompañamiento musical quedó en manos de la Sinfónica Juvenil “Carlos Chávez”, que, a pesar del sostenido entusiasmo de su director huésped, Alfredo Ibarra García, se escuchó tímida y desafinada, sobre todo las cuerdas en el segundo acto.- Valentina Boeta Madera
(Artículo publicado el lunes 1 de julio de 2013 en la sección Imagen de "Diario de Yucatán").