sábado, 1 de agosto de 2015

Por los caminos de Yucatán



Gran suceso es encontrar vestigios de nuestra identidad prehispánica, piedras cortadas o labradas o cortadas y labradas, esperando entre la maleza la hora de resucitar para contarnos lo que no pudieron los códices proscritos por los ideólogos de la nación mexicana.

Pero igual acontecimiento es descubrir a los testigos del devenir de nuestra historia mestiza, éstos a la vista pero al mismo tiempo ocultos, no por la hierba crecida o la tierra acumulada, sino por el desconocimiento de su existencia a causa de su lejanía de grandes centros urbanos, el desinterés en las formas de recreación que proveen la Historia y el Arte, o la indolencia.


Toma poco más de una hora y media llegar a Yaxcabá desde Mérida. El viaje se hace por la carretera a Valladolid, que se deja en la desviación a Cancún por la libre. Al llegar a Libre Unión, comisaría de Yaxcabá, se dobla a la derecha en dirección a la cabecera del municipio. La iglesia de la cuasiparroquia, consagrada a San Pedro Apóstol, es un hallazgo que sorprende y emociona por su inusual fachada roja de tres torres y profusión de adornos arquitectónicos que podrían hacer pensar más en una construcción civil que religiosa. Pero los descubrimientos no se limitan al exterior: por dentro, el devoto y el impío se hermanan en la contemplación del retablo principal recubierto de hoja de oro y de seis laterales bañados en diferentes colores, que el Centro INAH Yucatán rescató hace unos quince años. El púlpito complementa esta celebración de la estética sacra colonial.


Retablo principal de la iglesia de Yaxcabá
Retablo lateral
Retablo lateral


Retablo lateral



Retablo lateral
Retablo lateral
Retablo lateral


A un kilómetro de la cabecera, en el camino a Tixcacaltuyub y junto a una curva cerrada, están los restos de la iglesia de Mopila, víctima de la destrucción en la Guerra de Castas. Las escaleras y paredes que quedan de la construcción de piedra causan impacto en el viajero que se abreva en narraciones de misterio.  Una nueva sorpresa lo espera adentro: en el altar que culmina lo que alguna vez fue la nave del templo un retablo da fe de la identidad del lugar. No tiene el esplendor de los de la iglesia de Yaxcabá, pero la belleza de su diseño y su decisión de sobrevivir al paso del tiempo hacen que se le admire tanto como a aquéllos.

Retablo de Mopila

Antigua nave de la iglesia de Mopila

Restos de la fachada


El regreso a Mérida se podría hacer en una ruta diferente para aprovechar el camino que enlaza a Yaxcabá con Sotuta y detenerse en Tabi. Su iglesia, pintada de rojo, llama la atención desde el exterior por la estructura en forma de tambor del techo de su presbiterio. Al entrar abruma la incapacidad de poner en palabras el placer sensible que origina la contemplación de su retablo. Éste no es de un dorado reluciente como el de Yaxcabá, pero habrá en quien supere la impresión que produce aquél por la riqueza de sus detalles, sus imágenes en relieve claramente evocadoras de la Colonia. “¿Quieres ver lo que hay atrás?”, pregunta la actual responsable del cuidado de la iglesia. Si se piensa que la belleza del retablo de Tabi es intolerable, el camarín de la Virgen desengaña. El primer asomo al habitáculo pone en labios profanos una exaltación religiosa porque eso que se ve no parece tener naturaleza humana: el techo y las paredes enfrente y a los lados del retablo del camarín están cubiertos de dibujos, como si fuera el cuaderno de bosquejos de un gigante que anhela el Cielo, un cruzamiento de encajes de ángeles, escenas religiosas y motivos decorativos que sacian la vista. El retablo sólo tiene en relieve la escena central, pues en sus nichos están colocadas pinturas de santos.

Retablo de la iglesia de Tabi

Techo del camarín de la iglesia de Tabi

Pared del camarín de la iglesia de Tabi

Retablo del camarín

Iglesia de Tabi


Antes de seguir sin detenerse hasta Mérida, el viajero puede hacer un alto en Sotuta para descubrir su iglesia y el llamado Palacio de Nachi Cocom, construcción que remite a un baluarte, con todo y garitas. 

El Palacio de Nachi Cocom