martes, 27 de noviembre de 2012

Se me perdió el lagarto


Qué vergüenza. Estaba más que dispuesta a ver la función de estreno de “El lagarto de humo” y cuando me preparaba para irme caí en la cuenta de que había confundido el horario e iba con una hora de retraso…

Vergüenza y coraje, porque tenía muchas ganas de comprobar si el nuevo trabajo de Tumàk’at era tan ingenioso como su anterior obra para niños, “Brins”. Esperaré entonces a que “El lagarto…” encuentre su camino a una nueva fecha, hora y foro, y que de preferencia lo haga fuera del circuito de festivales (esta vez se presentó en el Otoño Cultural), en el que las autoridades son las que asignan espacios y días según la disponibilidad de los teatros y no necesariamente la calidad de la propuesta.

Me gustaría saber si quienes administran las actividades artísticas en Mérida y en todo Yucatán están conscientes de la relevancia del trabajo que hay detrás de algunos proyectos. Creo que no es para menos que “El lagarto…”, como las otras cuatro obras que ha presentado Tumàk’at, haya sido creada expresamente para la compañía de danza por un coreógrafo con trayectoria, porque ¿qué tan frecuente es que eso ocurra en nuestro medio? No es, como sucede en la mayoría de las ocasiones, una obra preexistente que se adaptó a la compañía, sino el resultado que se buscaba de la colaboración de dos meses entre los bailarines locales y el coreógrafo argentino Leandro Kees.

Es como también ocurre con “Represensitive People”, de Créssida Danza Contemporánea, que se estrenó en septiembre. El español Roberto Olivan, autor de la coreografía, viajó a Mérida para trabajar en un taller con Créssida que finalmente se convirtió en el proyecto de montaje. Y por si esto fuera poco, la música fue compuesta nada más y nada menos que por Javier Álvarez; de nuevo, no era algo que surgió para otros y la compañía local utilizó, sino una creación pensada específicamente para ella… y hecha no por cualquiera.

En un mundo ideal se privilegiaría la contribución de esos creadores. Pero no vivimos ahí, ¿verdad?

viernes, 23 de noviembre de 2012

Al descubrimiento del satírico


Larga vida a hipócritas, insensibles y arribistas sociales. No lo digo yo, lo veo en una vuelta por el Olimpo, a la sala 2 de su galería, donde se exponen grabados de “Picheta”.

El gancho de la muestra en el centro cultural es la obra de José Guadalupe Posada, que se presenta en la sala 1; pero el gran ganador de la exhibición es el yucateco. La Catrina y otras variaciones de las calaveras de Posada ya son del dominio público, fácilmente consultables en internet y ampliamente reproducidas hasta en las pasarelas de moda. De “Picheta”, sin embargo, se ve poco, incluso en Mérida, donde sus grabados no están en exhibición en forma permanente, ni siquiera en la galería del pasaje que tiene su nombre.

Así que visitar “Posada y Picheta: Los imprescindibles del grabado mexicano” es una oportunidad de descubrir de primera mano la acidez e ironía del artista yucateco que no dejaba títere con cabeza cuando se trataba de retratar a la sociedad de su tiempo, la del siglo XIX: infidelidades, conveniencia social… un código de conducta que sigue vigente 113 años después (él murió en 1899).

Aunque la pieza estrella de la sala dedicada a Posada es la Calavera Catrina en sus dimensiones originales (como del tamaño de un sobre de carta, si alguien se acuerda qué es eso), hay grabados que muestran un lado menos conocido del artista: el de narrador de la situación política de su época, contemporánea de los últimos años del porfirismo y el inicio de la Revolución. A diferencia de los de “Picheta”, los grabados de Posada son más informativos que satíricos y una fuente de datos sobre cómo se veía la guerra desde la primera fila.

Grabado de "Picheta".

Grabado de José Guadalupe Posada.

martes, 20 de noviembre de 2012

Sexy Shakespeare


Nunca había visto una versión tan cachonda de “Sueño de una noche de verano” como la de La Rendija.

Y no sólo por los bechos y abachos entre los personajes de Helena y Demetrio, sino sobre todo por la caracterización que Roberto Franco hace de Puck:  vestido sólo con un bóxer,  pasea sus músculos mientras habla con voz sensual.

Por esto es que me declaro fan de La Rendija: porque no toma la salida fácil al montar sus obras, sino que se sienta a pensarle en cómo hacerlas atractivas y diferentes, en cómo optimizar sus recursos a pesar de las evidentes limitaciones de espacio y dinero.

En el caso de “Sueño de una noche de verano” lo atractivo le viene también por el vestuario (los personajes llevan ropa para dormir, una alusión al “sueño” del título); la interacción con el público (los actores se pasean entre los asistentes, los involucran en las escenas); la forma en que tratan de mantener la atención del espectador durante los largos parlamentos (hubiera sido más fácil decir: “Sabían que venían a ver una obra de Shakespeare, así que se aguanten el rollazo en español culto”; pero en esos momentos hay gente moviéndose frenéticamente, lo que aligera la digestión de los diálogos), y el uso creativo de los objetos y espacios (me gustó la proyección de la cara de Oberón en unas cortinas de plástico mientras el personaje discute con Titania y las lentes de aumento que deforman la cara de los actores que explican al auditorio que están ensayando una obra para presentarla en las bodas de Teseo e Hipólita).

Sobre todo me agradó el equilibrio entre la historia que trata el enredo entre las parejas de enamorados y la atracción de Titania por el burro, la anécdota más conocida de la obra, y la del ensayo del grupo de actores-ciudadanos comunes y al parecer de pocas luces. Otras versiones omiten o minimizan la participación de este improvisado grupo de teatro para enfocarse más en los enamorados, pero La Rendija le da una importancia similar y al final ésta resulta la parte más divertida del montaje.


Escena de "Sueño de una noche de verano" (la foto
fue tomada de la página de La Rendija).


viernes, 16 de noviembre de 2012

Confieso mi ojeriza


No creo que el arte sea y deba ser para unos cuantos, pero sí que se puede sacar provecho del interés de algunas personas en utilizar la cultura como afirmación de su estatus social.

Me parece que ésa es buena parte de la razón por la que fluyen recursos al Patronato de la Sinfónica de Yucatán, que en los programas de mano de todos los conciertos repite la lista de sus benefactores (con títulos políticamente correctos, como “benefactor amigo”, “entusiasta”, “asociado”…). Si con eso se garantiza que habrá dinero para continuar con este proyecto, pues que pongan hasta sus fotos, digo yo.

Pero confieso mi ojeriza por cuatro o cinco personas que no pueden faltar a los eventos artísticos (y deportivos y empresariales)… siempre y cuando haya gente que las pueda reconocer  y contar que las vieron. El más reciente encuentro fue en el concierto de Philip Glass en la hacienda Ochil, el miércoles pasado. Me sorprende que me sorprendiera que estuvieran ahí, después de todo cómo iban a faltar a un espectáculo limitado a 500 personas, con entradas de 4,000 pesos (te sentaras donde te sentases) y que se realizaba en  la propiedad de uno de los hombres más poderosos de México.

Si por algo siento tirria por ellos es porque, aunque se ostentan como  aficionados al arte, al final hacen cosas como salirse durante el concierto para ir sepa Dios a dónde. Aunque debo decir que hubo más de uno que hizo lo mismo; a algunos los vi volver a sus lugares, a otros no.

Al menos lo que pagaron irá a parar a un fondo de conservación del patrimonio cultural maya. Qué pena que ese grupo nunca ponga un pie en foros alternativos de Mérida, donde hay proyectos que valen mucho la pena pero que a duras penas sobreviven porque no tienen dinero ni atractivo social para sus benefactores.


Concierto de Philip Glass en la
hacienda San Pedro Ochil.

martes, 13 de noviembre de 2012

"El tercer sector"


Moraleja de la historia: antes de ir al teatro no le preguntes a un amigo cómo van las cosas. Puede ocurrirte lo que a mí hace unos días, cuando su respuesta me dejó tan triste que al comenzar a ver “El tercer sector” pensé que había elegido la peor obra para ver esa noche.  Pero soy de las ñoñas que una vez en el teatro (y en el cine) se sienten obligadas a quedarse hasta el final. Y ésa sí fue una buena decisión.
La obra de Dea Loher que está recorriendo foros de Mérida no es exactamente una historia feliz y sí exige del espectador, por su tema (los empleados de una gran dama recuerdan su vida miserable al lado de su patrona y de ellos mismos, sus miedos, sus muertos, sus complejos) y formato, mucha colaboración. A pesar de esto, y del sentimiento con el que entré, al terminar la función sentí  que la experiencia había valido la pena:



Escena de "El tercer sector" (la foto
fue tomada de Diario de Yucatán). 


1  Porque los actores son buenos:  tres mujeres y un hombre de la compañía francesa Nina Tchylewska. La obra está hablada en francés y los diálogos traducidos al español son proyectados sobre una tela blanca en el fondo. Si no hablas francés, como ocurre conmigo, leer las palabras en la tela al principio te va a robar mucha de la atención que deberías prestar a las actuaciones, además de que a mí me tomó tiempo recuperarme de la sorpresa de estar viendo una obra hablada en un idioma diferente del español.  Pero eventualmente conseguí adaptarme a la situación y disfrutar el desempeño de los actores. Me emocionó muchísimo el de Vincent Capponi, la manera en que llora en su primera escena hablada me resultó tan auténtica que sentí pena por él.



2)  Por su estructura: la obra alterna diálogos y monólogos, que le van dando ritmo.



3) Porque está abierta a la interpretación del público. No todo parece ser lo que es, algunos monólogos y el final dejan pensando que los personajes podrían no ser quienes aparentan y no estar exactamente donde creemos en un principio.


4) Porque está acompañada de música en vivo, que a veces no es música en su sentido más tradicional. No sé si en todos los foros donde se está presentando la obra el grupo a cargo de la música se coloca en un lugar donde el público lo puede ver; en Tapanco quedaba  frente al auditorio, así que se podía seguir claramente sus movimientos y ver cómo producía los sonidos, por ejemplo con cubos de agua. Este grupo es la parte mexicana del proyecto: el colectivo Tempus Regvla.


5) Porque nos abre las puertas a experiencias escénicas diferentes de las que en promedio se ven en Mérida, aunque esto no necesariamente vaya a atraerles espectadores a carretadas. Tal vez porque la obra se desarrolla pausadamente un caballero sentado frente a mí suspiraba continuamente como cuando se está aburrido, otro comenzó a vagar la mirada por el lugar e, incluso, a una muchacha sentada en la primera fila no le importó ponerse de pie y salirse cerca del final. Al terminar la presentación en Tapanco un chico de Tempus Regvla explicó que con esta obra quieren acercar el arte al público, algo que han visto que es difícil. Eligieron el camino complicado y sólo por eso ya deben sentirse satisfechos.

sábado, 10 de noviembre de 2012

El México que vemos






Atávica. Decimonónica. Totalmente pasada de moda. Aficionada al papel, veo cómo se extingue el objeto de mi apego, que ni siquiera lo hace lentamente, sino con la violencia de la gran ola digital.
 Así que encontrar entre las fotos de “El México de los mexicanos” el retrato de un librero abrazado por sus criaturas de papel me alegró, conmovió, entusiasmó, reconfortó… Nos estamos quedando solos, pero seguimos siendo algunos…
“El México de los mexicanos” es una exposición de fotografías participantes y ganadoras del concurso al que Fomento Cultural Banamex convocó en 2009 para “promover la cultura mexicana y contribuir a un mejor entendimiento de nuestra identidad nacional”, según dice el folleto explicativo (otro fósil de papel, ¡oh sí!).
 ¿Y por qué tomarnos la molestia de ir a la Casa de Montejo a  ver la muestra? Te doy mis cinco razones (y que conste que no estoy contando la foto del vendedor de libros):
1) Porque la selección de imágenes que se exhibe en Mérida (una fracción de las que componen la colección) es visualmente atractiva. Algunas fotos tienen un valor más informativo que estético y en otras predomina la belleza del encuadre sobre el mensaje, pero en todas vas a encontrar armonía e impacto.
2) Porque no se limitan a mostrarnos el folclor, una característica que se suele buscar cuando se pretende hablar del “México auténtico”. No pienso que esto sea algo equivocado, pero sí creo que se ha usado tanto que ya es un lugar común. Aunque buen número (tal vez la mayoría) de las fotos expuestas en Mérida fueron tomadas en comunidades indígenas o rurales, hay otras en las que, si no leemos en la ficha técnica el lugar donde fueron captadas, no podríamos precisar en qué ciudad ocurre la escena, lo que nos habla de lo “universal” de nuestra identidad. Ésta es la razón por la que me gustó la foto de unos niños bailando en una sala de la ciudad de México: su entorno los muestra de extracción urbana, clase media, pero con una expresión en la que se puede reconocer desde el mexicano pobre hasta el milloneta y todo lo que hay en medio: parranderos somos y en el camino andamos.
3) Porque hay fotos de especial interés para los que vivimos en la Península de Yucatán, pues fueron tomadas aquí. Una de mis favoritas es la de un grupo de niños vestidos con el traje de mestizo y captados ­ de los hombros hacia arriba, lo que hace sobresalir sus sombreros. Su espontaneidad y el juego visual que se crea por la alineación de los sombreros blancos producen una sensación agradable.
4) Porque está instalada en la Casa de Montejo, un edificio histórico en el Centro que el visitante primerizo (o el que quiera repetir la experiencia) puede recorrer con ayuda de un guía, que le ofrece gratuitamente explicaciones sobre el origen y las transformaciones que ha vivido el edificio.
5) Y porque no cuesta un solo peso visitar la exposición y éste es el último mes que estará instalada.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los vecinos

Me dice Agustín, mi guía en la zona arqueológica de Tula, que la representación de Quetzalcóatl como serpiente emplumada simboliza la unión de lo terrestre y lo celestial. Esta aleación me es apropiada para describir la sensación de viajar por tres estados del centro de México donde la ingeniería humana emociona tanto como la divina, término que uso para referirme a las fuerzas de la naturaleza que moldean el paisaje.
Los edificios religiosos (¿decenas?, parecen cientos) de Puebla capital, el centro histórico de Tlaxcala, los pueblos mágicos y las formaciones naturales de Hidalgo y, en los tres casos, la cocina tradicional introducen al viajero a un universo de formas, sabores y colores que difícilmente se alcanza a conocer en una semana.
Pero aunque se disponga de sólo unos cuantos días, visitar a los tres vecinos recompensa ampliamente al viajero. Les comparto algunas (y sólo algunas) de las cosas que hicieron especialmente agradable un reciente recorrido por esta zona del país (se da por descontado el paseo por las calles de sus centros históricos, el pulso de toda ciudad):

1) Visitar la iglesia de Santo Domingo y su capilla del Rosario, en Puebla. La sensación de entrar en ellas la describo como un golpe, un bofetón. La capilla es tan bella que hasta duele mirarla. 

Detalle del techo de la capilla
del Rosario (foto VBM).

2) Visitar la iglesia de Santa María Tonantzintla, Cholula. Otro mazazo a los sentidos: de tan barroca la mirada se cansa. Lo primero que me vino a la mente al ver su interior (donde está prohibido tomar fotografías) es esa lección de Historia en la escuela en la que hablaban del mestizaje en las artes durante la Colonia: cuando las técnicas y estilos europeos se fusionaron con la visión indígena y dieron como resultado, por ejemplo, angelitos morenos. La teoría se materializa en este templo.

Fachada de Santa María
Tonantzintla (VBM).

3) Recorrer el Museo de Arte San Pedro, en Puebla. Desde septiembre exhibe "Y para muestra un botón", una selección de títeres y guiñoles de la familia Rosete Aranda-Espinal. Hay desde representaciones fantásticas hasta figuras alusivas a personajes históricos y otros aún con vida, como María Victoria, todos deliciosamente detallados.

4) Por supuesto, comer mole. Pero no en un restaurante de Gran Turismo, sino uno por el rumbo del mercado El Parián. Prueba a ir a La Gardenia, te sirven el plato de mole como parte de un menú de comida corrida que incluye sopa, arroz y postre (yo elegí los duraznos con rompope). Si lo acompañas de un vaso de agua fresca, te sale en 100 pesos; si es con refresco, súmale 20 más.
Mole en La Gardenia
(foto VBM).


5) En Tlaxcala, visitar la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción y el antiguo convento franciscano. Además de su belleza arquitectónica, en especial la del Sagrario, la catedral tiene interés anecdótico: se le reconoce como el punto de partida de la evangelización de la Nueva España (de hecho, en el púlpito está inscrita la leyenda "Aquí tuvo principio el Evangelio de este nuevo mundo") y donde se cristianizaron los cuatro señores de Tlaxcala.

Fachada de la Catedral de
la Asunción, Tlaxcala
(foto VBM).

 6) Visitar las zonas arqueológicas de Cacaxtla y Xochitécatl. Son adyacentes; Xochitécatl era el centro religioso y Cacaxtla, el administrativo. En ésta sobresalen, como imaginarás, los vestigios de sus murales; en Xochitécatl encontré particularmente interesante el edificio que estuvo dedicado a Ehécatl, el dios del viento: tiene forma de espiral y se presume que se ascendía por él en una rampa, pues carece de escalinata; para los visitantes modernos se colocó una escalera de metal. En la parte superior hay una cruz.

Zona arqueológica de
Xochitécatl (foto VBM).

7) En Hidalgo, recorrer los pueblos mágicos de Huasca de Ocampo y Real del Monte, en la zona montañosa del estado. En Huasca están los prismas basálticos, formaciones geométricas de lava congelada donde las aguas de una presa cercana crean una cascada, y la hacienda Santa María Regla, propiedad de quien llegó a ser uno de los hombres más ricos de América durante la Colonia: Pedro Romero de Terreros. La hacienda, una construcción de piedra, conserva algunas de las áreas donde se procesaban el oro y la plata.  En Real del Monte están la Mina de Acosta, que ofrece visitas guiadas por los departamentos de la mina y su interior (la parte más emocionante del paseo); el Panteón Inglés (una oportunidad para conocer símbolos masones, pues buen número de quienes ahí descansan pertenecieron a logias) y el Museo de Medicina Laboral. El nombre de este museo es engañoso, podría pensarse que trata de los derechos de los trabajadores, pero en realidad es la memoria de un hospital de mineros, con sus férulas de metal, agujas de vidrio, aparatosos equipos de rayos X y aleccionadores dibujos en las paredes sobre las consecuencias de no ser precavidos en el trabajo bajo la tierra. Además de sus edificios emblemáticos, estos dos pueblos honran su magia con sus paisajes de colinas y vegetación boscosa.


Prismas basálticos
 (foto VBM).

Chimeneas de la hacienda
Santa María Regla
(foto VBM).

Mina de Acosta (foto VBM).

Hospital de Medicina Laboral en
Real del Monte (foto VBM).

Panteón Inglés (foto VBM).


8) Aventurarse en las Grutas Xoxafi. Si prefieres llevarla tranquilo, puedes tomar el tour básico, en el que sólo caminas por la caverna; pero si no te importa arrastrate, ensuciarte, terminar con moretones y raspaduras y jugarte la vida en el rappel y la tirolesa entonces contrata el extremo. Los guías saben cómo hacer más llevadero el trayecto, en el que habrá que pasar por orificios apenas un poco mayores al tamaño de nuestra cintura. Si al salir todavía estás de ánimo puedes volar en tirolesa de tres tiros: 300, 240 y 800 metros. En el último sólo hay una modalidad posible: de Supermán, con el arnés ajustado en la espalda y las manos libres para sujetarse... del viento.


Grutas Xoxafi (foto VBM).



9) Volar en globo. Con seguridad terminará siendo una experiencia diferente de lo que te imaginas, pero en mi opinión merece vivirse. Impacta ver cómo los objetos que en tierra nos parecen grandes poco a poco se transforman en puntos apenas reconocibles y otros desaparecen totalmente. No dejes de admirar el momento en que los demás globos se elevan, parece que siguen una coreografía. Ten en cuenta que los vuelos son muy de mañana, así que debes estar dispuesto a madrugar.


El cielo de Apulco, Hidalgo (foto VBM).


10) Comer barbacoa. En el Mercado de Barreteros, en Pachuca, Beto's la vende los sábados y domingos. Para acompañarla, un consomé de garbanzo... 


Consomé en Beto's (foto VBM).






Presentación

Esto es lo que veo y creo. Gracias por leer.