domingo, 8 de diciembre de 2013

Sonidos del Medio Oriente

Azam Ali, voy de Niyaz (foto de Jean Pierre Hakimian tomada
del sitio web de Niyaz)


Decir que la música es un lenguaje universal capaz de unirnos por encima de nuestras diferencias no sólo es cursi… también es muy cierto.

Y eso se pudo comprobar en la presentación de Niyaz en Mérida, el 23 de octubre en el teatro “Felipe Carrillo Puerto” de la Uady, durante el Festival Internacional de la Cultura Maya.

Niyaz es una agrupación que integran los iraníes Azam Alí (vocalista) y Loga Ramin Torkian, y el afgano Salar Nader que, aunque ahora residentes en Norteamérica, hacen la música con la que crecieron y se identifican. Las piezas que interpretaron esa noche en el abarrotado teatro universitario tienen el inconfundible sabor del Oriente Medio, favorecido por el uso de instrumentos de cuerda (lafta, kamaan) y percusión que de inmediato sitúan en esa región del mundo. Algunas pertenecen a la tradición afgana, kurda, turca e iraní y otras son originales de Azam y su esposo Loga.

Pero no sólo los instrumentos son propios del Oriente Medio, también lo es el idioma en que se canta. Así que esa noche para la gran mayoría de los espectadores (si no es que para todos) la única opción para relacionarse con la música de Niyaz fue dejarse guiar por la voz cálida y singular de Azam y el ritmo de los sonidos de las cuerdas y percusiones, además de un teclado (tocado por el venezolano Brian D’Oliveira). Y es aquí donde se comprobó aquella afirmación cursi pero verdadera, porque, sin necesidad de comprender las palabras, variedad de sentimientos –desde nostálgicos hasta festivos- afloraron con los cambios de entonación y ritmo. Incluso, el público acompañó con las palmas uno de los temas, que al final premió con entusiastas aplausos.

En el cierre, Salar Nader dio un giro a su talento con las percusiones al recurrir a la voz para imitar el sonido de los instrumentos que de costumbre toca; la secuencia de notas repetitivas la acompañó con un movimiento de la mano en el que pasaba de colocarla de lado hacia arriba y de nuevo a un lado, como si acariciara un objeto redondo.

No fue de extrañar que los asistentes aplaudieran ruidosamente a Niyaz cuando llegó el momento de despedirse.


La entrada a la función fue gratuita.

lunes, 28 de octubre de 2013

Artista genial y generoso


Paco de Lucía y el Septeto en concierto en Mérida

Tal vez el mejor escenario para asistir a un concierto de Paco de Lucía no es un teatro, sino la sala o la terraza de una casa, porque el músico tiene la extraordinaria habilidad para hacer que su público se sienta, antes que eso, amigo, cuate, carnal, brother…

Paco es claramente la estrella de sus presentaciones, como la que ofreció el martes 15 en el Teatro Armando Manzanero; pero es todo menos un músico de poses y cuando el auditorio le grita desde su asiento él entra al juego, se ríe y contesta como amigo, cuate, carnal, brother…

En el concierto del 15, Paco no pronunció discursos ni presentó sus composiciones; entró al escenario, caminó hasta el centro, hizo una reverencia a manera de “buenas noches” y se sentó para inmediatamente tocar la primera obra del programa, a la que secuencias melódicas cortas envuelven en un ambiente nostálgico.

En la segunda pieza empezarían a unírsele los músicos del Septeto, el conjunto que le acompaña en su gira mundial y le permite demostrar que además de ser un artista genial es uno generoso: el lugar que Paco ocupa es siempre el central y es su nombre el que arrastra a la gente al teatro, pero sus acompañantes están igualmente dotados de mucho talento y De Lucía por momentos se pierde voluntariamente en el paisaje para permitir a los demás lucirse. Ahí está el ejemplo de Farruco, que asombra y conmueve en el tablao, y de los cantaores Rubio de Pruna y David de Jacoba, que en lo personal me hicieron la noche con su canto cálido y trágico. En otros momentos los demás artistas (el guitarrista Antonio Sánchez Palomo, el percusionista El Piraña, Antonio Serrano en la armónica y los teclados, y el bajista Alain Pérez) tienen solos en los que presumen su arte.

Al terminar el concierto era obvio que el público le insistiera a Paco para que regresara a tocar el encore, lo que hizo después de que con aplausos se le rogara durante varios minutos (de hecho, yo pensé que el guitarrista ya no volvería). Y cuando el telón finalmente bajó, decenas de asistentes esperaron a los músicos a la salida de camerinos para saludarlos y fotografiarlos.


Fue una pena que este encuentro entre un artista y un público comprometidos, este ejemplo de sencilla maestría y profunda entrega no lo disfrutaran más que tres cuartas partes del aforo del Armando Manzanero. Pudo influir, quizás, el precio de los boletos: de 500 (en galería y los primeros que se agotaron), 900 y 1,200 pesos. Aunque al final todos recibimos mucho más de la cantidad que pagamos.

Paco de Lucía (al centro) con El Piraña, Alain Pérez, Antonio
Serrano, Antonio Sánchez, Rubio de Pruna, David de Jacoba
y Farruco, el 15 de octubre en el Teatro Armando Manzanero

martes, 22 de octubre de 2013

Respeto a la tradición y al público

(Publicado el lunes 21 de octubre de 2013 en la sección Imagen de "Diario de Yucatán")


Foto de Guillermo Galindo para Escenarte de la función
inaugural de "El Corsario" en el Auditorio Nacional

Demanda esfuerzo encontrar la forma de describir una función del Ballet del Teatro Mariinsky porque ¿cómo se materializa en palabras lo que tiene condición de etéreo?
A la escuela rusa de ballet se le reconoce por su altísimo nivel técnico, pero el Mariinsky está lejos de ser una compañía de cirqueros, de ésas que se inclinan sólo por la exhibición de proezas físicas como fórmula para ganar afición.
Y lo dejó bien en claro en la segunda, el viernes pasado, de sus tres funciones de “El Corsario” en el Auditorio Nacional: las aptitudes técnicas de sus artistas, desde las primeras figuras hasta el cuerpo de baile, están al servicio de un bien superior: la poesía visual, la que resulta de combinar cualidades físicas sobresalientes con las dosis justas de sensibilidad, delicadeza y elegancia.
Oxana Skorok, la Medora de esa noche, es una figura de porcelana dotada de aliento de vida, una que hace parecer los ademanes teatrales como formas naturales de expresión. Elena Evseeva como Gulnara sortea los retos coreográficos de la segunda escena del primer acto sin perder el efecto de contrariedad -y sin caer en la exageración- en el rostro por ser ofrecida como esclava al Pashá (Vladimir Ponomarev).
Kim Kimin atrajo los aplausos de mayor intensidad como Alí, el papel con más fuegos de artificio, en el segundo acto, cuando baila en la cueva de los corsarios con Medora y Conrad (Andrey Ermakov), aunque el porte y el dominio y limpieza de los movimientos de Alexey Timofeev hicieron de su traficante Lankedem una presencia que exigió seguirse desde que el telón se levantó.
En sus producciones el Mariinsky demuestra el respeto a su tradición y prestigio, pero también a su público, por el que se toma molestias y cuida los detalles. El prólogo, que narra en unos segundos el naufragio de Conrad, Alí y Birbanto (Yury Smekialov), transcurre detrás de un telón transparente sobre el que se proyectan nubes de tormenta, como también ocurre en el epílogo, aunque aquí el barco, que ahora navega en aguas tranquilas, se aleja entre el lienzo de nubes y uno posterior donde se ve un atardecer con el Sol enrojecido.
El palacio del Pashá, en el tercer acto, tiene techos que evocan el plumaje de un pavo real y cuando el harén baila en el Jardín Animado lo hace ante un gran fondo de columnas, flores y telas a través del cual, en un momento, se ve manar agua de tres fuentes.
La última vez que el Mariinsky actuó en el país fue hace 10 años. Su visita de 2013 concluirá mañana martes, cuando se presente la última de las tres funciones -comenzaron ayer- del segundo programa de la compañía, “Grandes ballets rusos”, que incluyen “Las sílfides”, “Petrushka” y “Sherezada”.- Valentina Boeta Madera

lunes, 14 de octubre de 2013

Lo mismo de siempre

El Ballet Clásico de Rusia al final de la segunda de tres partes
del programa, dedicada a "El Cascanueces"

¿Por dónde empezar? ¿Por la reducción a 45 minutos cada una de tres obras que originalmente duran no menos de dos horas y una edición que no procura la lógica narrativa? ¿Por la pobreza de la escenografía: tres telones (uno para cada acto) de paisajes dieciochescos pintados sin atención a los detalles? ¿Por las “pelucas” de los varones en el Vals de las Flores de “El Cascanueces”: tela blanca para cubrir la cabeza y un par de tubos blancos a cada lado? No, mejor empiezo por el final: un remix versión disco de composiciones de Tchaikovsky.

Sí, el llamado Ballet Clásico de Rusia remató el programa que presentó el viernes 11 en el Teatro Armando Manzanero con un “popurrí” de obras del compositor ruso interpretado con instrumentos electrónicos y ritmo moderno, que los ejecutantes acompañaron con movimientos que iban de lo clásico a la danza jazz.

Fue un triste recordatorio de que lo que hay que esperar de esas agrupaciones que periódicamente hacen giras por México y se cuelgan del prestigio y abolengo de la escuela rusa de ballet para darle al público espejitos a cambio de su oro. Y eso que antes de llegar el “gran final” pensé por un momento que la noche la había salvado la bailarina principal de los actos dedicados a “El Cascanueces” y “El lago de los cisnes”, en el que encarnó a Odile. ¿Su nombre? Será por siempre un misterio, pues en estas “compañías” los bailarines no son lo suficientemente importantes para que los promotores se interesen en imprimir programas de mano con información del elenco. Y realmente esta bailarina ameritaba que se tuviera esa cortesía con ella, pues, a diferencia de sus compañeros, actuó con ánimo, entusiasmo y arriesgando; fue capaz de transmitir emoción y belleza con sus líneas finas y energía con sus movimientos rápidos. Su desempeño tuvo un contraste abismal con el de la bailarina que interpretó a Aurora en “La Bella Durmiente” (obra que abrió el programa) y a Odette en el acto final, pues además de que ésta no parecía adentrada en sus personajes, se le notó insegura y lenta en algunos giros.

Esta semana el Ballet del Teatro Mariinsky comenzará una temporada de presentaciones en la ciudad de México. Fantaseo con un experimento de ciencia loca en que cualquiera de los “artistas” de esas agrupaciones de medio pelo que recorren el país alternen en el escenario con alguna pareja solista, la menos aventajada si quieren, de una compañía con el currículum y la mística de trabajo del Mariinsky. Tal vez así nos demos cuenta de una buena vez por todas de la grandísima tomadura de pelo que voluntariamente accedemos a que ocurra en nuestra ciudad.

Los boletos para la función del Ballet Clásico de Rusia costaron 350, 450 y 550 pesos.

La pareja principal de "El Cascanueces" al final del acto

lunes, 30 de septiembre de 2013

Rostros divinos


Del 20 de julio a este lunes 30 de septiembre, el fuerte San José el Alto de la ciudad de Campeche fue el hogar de los “Rostros de la divinidad. Los mosaicos mayas de piedra verde”, la exposición que el Instituto Nacional de Antropología e Historia presentó por primera vez en 2010 en el Museo de Antropología de la ciudad de México.
La muestra reúne 13 máscaras funerarias halladas en Oxkintok, Calakmul, Dzibanché y Palenque. Aquí, algunas imágenes:



Detalle de la ofrenda funeraria a K'inich Janaab' Pakal, gobernante de Palenque. Consta de máscara de mosaico, orejeras con inscripción jeroglífica, collar y banda frontal también de cuentas, todo elaborado en jade.



Tablero de los 96 glifos (completo y detalle). Se trata de un asiento de trono elaborado en altorrelieve sobre piedra caliza, hallado en Palenque.





Ofrenda mortuoria de la Tumba I de la Estructura III de Calakmul. 



Detalle de la ofrenda de la Tumba I de la Estructura III: máscara con tocado y orejeras, collar de cuentas, pectoral zoomorfo y  máscara de cinturón ceremonial, todo de jade; banda frontal de Spondylus princeps, platos, vasija con tapa y tapete.


Detalle de la ofrenda de la Tumba I encontrada en la Estructura VII de Calakmul. La máscara es de jade, Spondylus princeps, Pinctada mazatlánica y obsidiana gris. También se ve un collar de cuentas y pectoral, peto de cuentas, brazaletes y faldellín de cuentas, todo de jade. 





Vista frontal y lateral de un pectoral zoomorfo de concha y caracol perteneciente a la Tumba 8, Estructura CA-14 de Oxkintok. (¿Es irrespetuoso decir que parece un Angry Bird?)




Máscara de mosaico de jade con un geometrismo que recuerda el estilo teotihuacano. Pertenece a la Tumba 5 de la Estructura C-3, Grupo Ah Canul, de Oxkintok.



Máscara ceremonial de mosaico de crisoprasa, Unio sp, Turbinella y obsidiana, hallada en el Templo del Búho en Dzibanché, Quintana Roo.



En primer plano, representación del dios jaguar del inframundo en piedra caliza labrada y estuco modelado y policromado. Se encontró en Toniná, Chiapas.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Gelatina de plata, ojos de mujer



La muestra "Otras miradas" en el Museo Casa de Montejo

Las imágenes de las “Otras miradas. Fotógrafas en México 1872-1960” que exhibe el Museo Casa de Montejo satisfacen afanes tanto intelectuales como emocionales.

Para quienes desean conocer el aspecto de la gente y los objetos en otras épocas están las fotografías de Alice Le Plongeon y su esposo August, que en el “Álbum Yucatán Ilustrado” dejaron testimonios de la apariencia y el entorno de los yucatecos de principios del siglo XX (en una imagen, por ejemplo, se observa que las mujeres vestían cotidianamente el hipil con fustán y que las mangas de la prenda eran más anchas y tenían menos bordados que las actuales), y las de Caecilie Seler, quien en “El más antiguo crucifijo de Yucatán” da fe de la existencia de ese vestigio de piedra en Maní.

Hay retratos que, además de mostrar fisonomías y modas, reflejan ideas sociales, como ocurre con el niño ataviado con corona y capa de armiño que fotografió la viuda de López Toral por ahí de 1915, y el varón adulto de traje, botas y sombrero, macho estereotipado, que las hermanas Torres hicieron posar junto a un adorno de conchas y con una ventana renacentista como fondo. De la “Mesa directiva fundadora de la Sociedad Astronómica de México”, de Natalia Baquedano y fechada en 1900, llama la atención la presencia de una mujer junto a cuatro hombres.

Pero la exposición, que se inauguró el 22 de agosto y permanecerá abierta al público hasta noviembre, no es sólo un anecdotario de tiempos pasados. Hay fotos de denuncia, como las de Mariana Yampolsky, de quien se presentan imágenes de pobladores indígenas, y la infaltable Tina Modotti, quien no pasa por alto la composición estética en su discurso social, como en la fotografía en la que reúne una hoz, una mazorca y una canana.

Hay también miradas conceptuales, más orientadas al placer estético, como las de Irmgard Groth Kimball, de quien se exhiben dos imágenes de su serie “Flores” en las que éstas son las protagonistas absolutas; Josefina Niggli, con dos fotos centradas en el contraste de luz y sombra (de hecho, se llaman “Light and Shadow”); Miriam Dilham, quien en “Espinas” (1932) pone a éstas a revolotear arriba de una silueta humana; Katy Horna y sus “Ojos” (1955), una evocación al universo de los surrealistas, y Lola Álvarez Bravo, quien titula “Homenaje a Salvador Toscano” (1949) el retrato de una garza muerta en la arena que muestra las huellas del paso de las olas.

Por si esto no fuera suficiente para despertar el interés, la exposición incluye un par de fotografías de Frida Kahlo, ambas de 1929: “Herramientas de carpintería”, una “naturaleza muerta” de estos objetos dibujada con luz, y “Juguetes populares”, en la que se ve una carreta con caballito y una muñeca de trapo acostada junto a él… ¿tal vez una representación de su accidente hecha pasar por una escena infantil desprovista de intención?


La entrada a la exposición es gratuita.

martes, 27 de agosto de 2013

"Los malditos"




Los hombros vencidos son la señal de que el cuerpo ya exige su cuota de sueño. Pasan de las 12. Hago memoria y concluyo que llevo dos horas y media de lectura, interrumpida sólo ocasionalmente para ir al refrigerador a rellenar el vaso de refresco.

No es común que esto me ocurra. Pero “Los malditos” tampoco es un libro común. Si no me lo tomé de un sorbo fue por aquello de la necesidad de dormir e ir a trabajar.

No pasó mucho tiempo entre que Random House Mondadori  anunciara el lanzamiento y el libro estuviera disponible en Mérida para que también los lectores del Sureste atisbaran, a través de las palabras del reportero Jesús Lemus, la experiencia de ser uno de los internos de la cárcel federal de Puente Grande, Jalisco. Un interno inocente.

Si aceptamos como verdadero todo lo que se relata en el libro, “Los malditos” es un documento excepcional porque, más allá de ser una narración costumbrista de la dureza (por la agresividad y la humillación con que se trata a los reos) de la vida en una prisión de máxima seguridad, es un compendio de datos y opiniones de algunas de las personas que en los últimos 25 años han golpeado fuertemente con sus crímenes a la sociedad mexicana.

Lemus dice que su condición de reportero lo ayudó a sobrevivir a la experiencia, al invitarlo a imaginar cómo sería redactar notas con la información recogida cada día. Y de haber llegado a las páginas de “El Tiempo”, el periódico del que era editor general y desde el que denunció prácticas de los gobiernos federal y de Michoacán ­–que le valió la acusación de pertenecer a una célula criminal de ese estado­–, el material tal vez hubiera causado una conmoción mayor a la que ahora está produciendo el libro, que se debe abrir camino entre quienes quieren y pueden pagar los 249 pesos que, por ejemplo, cuesta en Gandhi.

Quienes alguna vez hayan tenido que hacer una entrevista sabrán que, por muy extrovertida y cómoda que se muestre la persona con la que se habla, la grabadora y la libreta imponen y esto sesga la información. Como interno de Puente Grande, Lemus tuvo el “privilegio” de dialogar al tú por tú con aquéllos que integran lo que Noé Hernández “El Gato”, uno de sus vecinos de celda, llamaba la “selección nacional de la delincuencia”. Y no se quedó con las ganas de preguntarle a Mario Aburto si en verdad le había disparado a Luis Donaldo Colosio, a Daniel Arizmendi “El Mochaorejas” si está arrepentido de lo que hizo, a Daniel Aguilar Treviño cuáles fueron los motivos de que atentara contra José Francisco Ruiz Massieu, y a “El Gato” qué hay de verdad en que “El Chapo” Guzmán escapó  de Puente Grande en un carrito de lavandería.

Del mismo Rafael Caro Quintero, quien ha vuelto a los titulares por su liberación, apenas el 9 de agosto pasado, Lemus asegura que se ganó su confianza para charlar de cuando en cuando con él. Aunque no dice que haya intentado cuestionarlo sobre el crimen por el que fue encarcelado  –el homicidio de Enrique Camarena–, pues Caro Quintero no es persona sociable y nunca habla de temas del narco (sus preferidos son la política y la historia de México), sí se atrevió a preguntarle si era verdad que ofreció pagar la deuda externa a cambio de que lo dejaran “trabajar”, si sentía miedo y qué opinaba de los corridos que se han escrito sobre él.

La conversación con Caro Quintero tiene especial relevancia porque durante el tiempo de su encierro (en ese entonces 24 años) se dedicó a rechazar solicitudes de entrevistas que recibió del exterior.

Lemus explica que sus apuntes los fue escribiendo en papel de baño con una punta de lápiz que alguien compasivo le regaló. No especifica si esto ocurrió cuando aún estaba en el Centro de Observación y Clasificación, la primera escala que los internos hacen apenas entran a Puente Grande y donde el periodista permaneció recluido unos seis meses, totalmente desnudo, para evitar que conservara objetos que  se convirtieran en armas con las cuales atentara contra su vida. Si la transcripción de las charlas que sostuvo con otros reos en esta área la hizo después, cuando fue enviado al módulo de población, y apelando a su memoria, esto explicaría por qué algunas declaraciones se escuchan demasiado bien formuladas para provenir de personas que no tienen un alto nivel académico ni social.


El final del libro, con la narración de la liberación de Lemus por falta de pruebas, ofrece apenas un cuadrito de luz a un relato oscurecido por la violencia de los criminales y la pretendida mano correctiva del gobierno.

lunes, 19 de agosto de 2013

Una vieja historia contada de nuevo

Álvaro Carcaño al final de la presentación del
monólogo "La misma vieja historia"



Tal vez haya sido por 40 años un actor de Televisa. Tal vez sea más conocido por actuar en programas de los que se cuestione la calidad de su contenido. Pero cuando se ve a Álvaro Carcaño en el monólogo “La misma vieja historia” se comprueba que es un Actor, así, en mayúsculas.

Porque se necesita a alguien con su arte y sus tablas para mantener durante una hora al público interesado en escucharlo solamente a él mientras narra una historia de sobra conocida: la explicación judeocristiana de la Creación y el Diluvio.

No hay adoctrinamiento en la intención del monólogo, los sucesos del Génesis son expuestos como argumento de una cautivadora telenovela milenaria en la que los hechos no siempre son iguales a como están escritos en el Antiguo Testamento.

No toda la obra, que se presentó el sábado 17 en la Cineteca del Teatro Armando Manzanero, es recitada de memoria; de hecho, en su mayor parte el actor lee sus textos, un recurso que es justificado con el hecho de que el protagonista repasa un antiguo manuscrito que llegó a sus manos. La experiencia de Carcaño se pone a prueba cuando, después de hacer pausas para reflexionar o dirigirse al público, debe retomar la lectura; los segundos que pasan mientras encuentra la palabra para continuar no los deja en silencio, sino que, sin abandonar al personaje, pregunta “¿dónde me quedé?” o hace alguna afirmación que demuestra que mantiene el control de la acción.

La obra atrapa por los giros cómicos de los sucesos bíblicos. En la versión de Carcaño (desde hace algunos años vecino de Mérida y de la García Ginerés), la mujer fue creada primero que el hombre y no necesitó que Dios le infundiera el soplo de vida, con lo que “desde entonces la mujer ha hecho lo que se le ha dado la gana”. Al hombre lo crea por su imposibilidad para controlar a la mujer, pero está tan molesto al momento de fabricarlo que lo tiene que rehacer varias veces y al final lo dota de capacidades a medias: puede “medio hacer, medio razonar…”. En esta narración, a Noé le cuesta un dineral la confección del Arca porque debe pagar cuotas no contempladas a organismos como la Profepa, que lo multa por las especies exóticas que lleva consigo. En el relato sobre Caín y Abel cuenta que, después de matar a su hermano, Caín se va a vivir con sus dos compañeras, con lo que da origen al harén, una práctica común en países de Oriente y que en naciones de Occidente se conoce como casa chica, “que suele ser más grande y lujosa que la casa familiar”.

La función comenzó a las 9 de la noche; la Cineteca se llenó cerca de la mitad de su capacidad. La actividad formó parte del Festival de Teatro “Wilberto Cantón” y la entrada fue gratuita.


lunes, 12 de agosto de 2013

"Divertimento de danza" en Yucatán

La Compañía de Danza Clásica de Yucatán al concluir la presentación de "Divertimento de danza" en el Peón Contreras


Quienes hayan seguido la trayectoria de la Compañía de Danza Clásica de Yucatán desde su creación habrán notado que no es la misma la de sus orígenes que la que se presentó el  jueves 1 de agosto con el “Divertimento de danza” en el Teatro Peón Contreras. Y no lo es no sólo por los cambios de integrantes y director que ha experimentado (aun ahora la titularidad es compartida interinamente por Emmanuel Gutiérrez y Juan González), sino también por sus aptitudes técnicas. Y eso es algo bueno.

Los duetos y el pas de trois de esa noche, algunos de ellos habituales en programas combinados de ballet (“Llamas de París”, “Diana y Acteón”) y otros menos frecuentes de ver, al menos en Mérida (“Tchaikovsky Pas de Deux”, el de la esclava y el mercader de “El corsario”), exigieron de los bailarines cualidades con las que demostraron que están escalones arriba del nivel en que se encontraban hace unos meses.

La sensación que dejó esa función se puede expresar en dos palabras: pulimiento y homogenización. Hay bailarines que desde los inicios de la agrupación se han hecho notar por sus aptitudes (el caso de Tatiana Arcila) y otros a los que sus actuaciones eran opacadas por falta de expresividad, inseguridad al girar, pérdida de equilibrio, deficiencias en el trabajo en pareja. En la presentación del jueves 1 se notó un mayor refinamiento y limpieza en los movimientos, sobre todo entre las mujeres.  Aunque el dueto de Tatiana con Emmanuel en “Esmeralda” fue uno de los más aplaudidos y llamativos de la noche (en un momento él la hizo girar por encima de su cabeza y la atrapó en el aire), la mayor sorpresa para mí fue la actuación de Lisset Ruiz, quien bailó con Mayvel Miranda una adaptación del pas de deux final de “Paquita”. La primera vez que vi bailar a Lisset con la compañía fue hace algunos años en el papel de Kitri en “Don Quijote”. Cuando le llegó el momento de hacer los fouettés los hizo completos (y sin caerse), pero después de los primeros giros la pierna de trabajo fue perdiendo altura al doblarse y terminó por deslucir lo que en otras circunstancias hubiera sido un ejercicio espectacular. Eso no ocurrió en “Divertimento de danza”: sus fouettés fueron rápidos y controlados y le merecieron una justa lluvia de aplausos.

Pero no fue la única que tuvo oportunidad de demostrar sus aptitudes. En la primera pieza del programa, el pas de trois de “El lago de los cisnes”, Mónica Arceo (bailó con Miguel Hevia y Laura Manzanilla) destacó por la delicadeza de sus líneas; en el pas de deux de “El corsario”, Paulina Gordillo (con Adrián Leyva) sobresalió por su flexibilidad y también por la rapidez de sus giros (habría que, sin embargo, trabajar un poco más la expresividad, pues estuvo seria y daba la impresión de apuro por terminar), y Montserrat Castellanos, en “Llamas de París” con César Pérez, confirmó por qué es una de las bailarinas yucatecas más populares. Esto transmite la sensación de una compañía más homogénea, en la que ahora más integrantes pueden hacer el mismo número de cosas y hacerlas bien.

También fue notorio el avance de las parejas en las assisted pirouettes:  antes lo común era que la bailarina se fuera de lado o que no girara muy rápidamente, pero en esta ocasión destacaron por lo contrario, pues, a pesar de una que otra falla en ese sentido, en general  las pirouettes fueron equilibradas y veloces.

Otras parejas en el programa fueron Érika Argüelles y Yojan Herrera, en el “Tchaikovsky Pas de Deux”, y Martha Acebo y Léster Díaz, en “Diana y Acteón”. Léster hizo olvidar el terrible vestuario que le tocó esa noche (¿cuándo fue que Acteón se apuntó a la moda animal print?) con la exhibición de las proezas físicas identificadas con su personaje y la institución de la que proviene el bailarín (la cubana ProDanza). En el “Gran final” de la noche, cuando todas las parejas se alternaron en el escenario para repetir algún momento destacado de su actuación, Léster regaló al público unos “giros de barril” que colmaron el entusiasmo de un público que respondió animadamente a cada dueto.

Con este resultado, que los bailarines ciertamente no han conseguido solos, es incomprensible la omisión en los programas de mano de la maestra que prepara a la compañía y que, si no ha habido cambios desde mayo, es Beatriz Martínez. Está muy bien saber el nombre de los responsables del audio, las luces y el vestuario, pero nada de esto hubiera sido de utilidad sin unos bailarines capaces de sacar adelante las coreografías.

Ahora corresponde al público ayudar a avanzar este proyecto, no sólo respondiendo a la invitación de asistir a las funciones de acceso gratuito (como fue la del jueves 1), sino estando dispuesto a pagar por la entrada a estos espectáculos. Lo que se vio en “Divertimento de danza” hace pensar que si se continúa andando por este camino Yucatán podría contar con una compañía de danza clásica sólida, con artistas de alto nivel y en número suficiente para montar ballets completos de calidad y que tenga temporadas regulares con un amplio repertorio.

lunes, 5 de agosto de 2013

La "Vanidad" de AlSur Danza

AlSur Danza al final de la presentación de "Vanidades"



Habría que darle a Víctor Ruiz el beneficio de la duda. El tiempo transcurrido desde su estreno en Mazatlán (en 2008) y su actualización para su reposición en Mérida (en 2012 la obra fue “replanteada y contextualizada”, según citaba a su creador un comunicado de la Secretaría de la Cultura y las Artes) pudieron influir para que a su coreografía “Vanidad” le faltara impacto en su presentación por AlSur Danza, la compañía de danza contemporánea de Yucatán, el martes 30 de julio en el Teatro Peón Contreras.

Es la explicación que aventuro después de conocer la trayectoria de Víctor, graduado de la Escuela Nacional de Danza y el Centro Superior de Coreografía, fundador de la compañía Delfos, becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes e integrante del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Sin puntos de comparación con representaciones previas, sólo puedo hablar de la sensación que dejó la función de esa noche en el Peón Contreras.

La proyección de los vídeos sobre concursos de belleza infantil y juvenil que abre la coreografía es innecesariamente larga, como si se buscara rellenar tiempo. ¿Realmente se requería presentar las etapas de traje informal, talento y premiación en diferentes categorías de edad? Quedaba claro a los segundos de comenzar el vídeo que el culto a la belleza se cultiva desde bebé.

Su asociación de las cirugías plásticas con la drogadicción y la violación suena a uno de esos mensajes transmitidos desde el púlpito de que la búsqueda de bienestar físico conduce a la perdición moral. ¿Cuántos casos de adicción a las drogas y violaciones serán consecuencia de la visita al cirujano plástico?

Excepto la escena inicial del bailarín revolviéndose en el suelo y luchando por ponerse en pie, una alusión al feo por dentro  al que la cirugía ofrece cambiarle la vida y llenarlo de placeres, en los movimientos de los bailarines no se nota su entrenamiento clásico y contemporáneo y sí simpleza en la ejecución. Abril Trujillo es la excepción; es una presencia que se hace notar.

La función comenzó a las 9 p.m. y la entrada fue gratuita. Los asistentes llenaron la luneta y la platea.


jueves, 1 de agosto de 2013

Blanca que te quiero blanca

A primera vista parece que la “Noche blanca” le ha salido muy bien al Ayuntamiento. Cientos de personas, entre locales y turistas, ocupan las calles del Centro Histórico y hacen repuntar la cifra de visitantes a foros culturales del primer cuadro y los alrededores.

En el Macay hay cita a las 11 para los desvelados. Invitan Alberto Ruy Sánchez y Tatiana Zugazagoitia, cabezas del espectáculo literario y dancístico “Elogio del insomnio”. Qué deseos de ver bailar otra vez a Tatiana. La primera coreografía en que la recuerdo en escena fue una creada por ella misma, “Viaje al reencuentro”, en que recorría nuevamente, pero ahora con propósitos artísticos, el camino del dolor al consuelo en el que transitó por la muerte de su padre. Como después supe que es característica de su propuesta, no toda la coreografía es “bailada” en el significado tradicional del concepto, pues hay momentos –algunos en silencio- en que se ejecutan movimientos ordinarios, como cuando hace una fila de figuras de papel que simbolizan velas.

Esa antigua experiencia en el Peón Contreras deja una lección: sin importar el grado de conexión entre yo espectadora y la coreografía, produce placer admirar a la Tatiana bailarina, una artista con talento, oficio y escuela (en su currículum hay estudios de danza clásica en Rusia). Ésa es la razón para asistir a espectáculos posteriores de Tatiana, el más reciente el del Macay, en el que Ruy Sánchez lee textos de sus libros “Elogio del insomnio” y “Decir es desear”, que se intercalan con momentos de danza.

Pero en esta calurosa noche blanca del sábado 20 de julio en el Macay hay circunstancias que no favorecen el disfrute.

Una noche antes el museo inaugura sus exposiciones del trimestre julio-septiembre; recorrer las salas es una buena opción para ocupar el tiempo de espera para “Elogio del insomnio”. Son las 10:30. Cuando se le pregunta, un empleado del museo señala la sala 14 (en la segunda planta) como lugar de la presentación de danza y aconseja darse prisa para llegar: sólo se permitirá la entrada a 70 personas. Otro empleado está de pie frente a la puerta de la sala 14, impide el paso y advierte: la fila para acceder se está formando en el primer piso; no estás en ella, no entras.

Planta baja nuevamente. Altavoz en mano, un tercer empleado da indicaciones sobre la dirección que sigue la fila, apunta con el dedo a los asistentes para contarlos, habla por radio con alguien más al que le advierte que prolongar la espera en esas condiciones podría tener efectos negativos. Finalmente, la orden de subir, pero sigue sin escucharse una para entrar; otra espera de minutos junto a la puerta de la sala con la indicación adicional de pegarse a la pared (para permitir el tránsito por los pasillos de los visitantes a las exposiciones) y la escena ya vista del empleado apuntando con el dedo para asegurarse de que sean 70 los espectadores.

El ingreso a la sala es un alivio para la mente y el cuerpo cansados. Hay sillas distribuidas en forma de U alrededor del área de la representación. Tatiana “duerme” en una cama mientras el público ocupa sus asientos. Privilegiados los que encontraron lugar exactamente enfrente de la cama, no hay columnas inoportunas que limiten su campo de visión.

Ruy Sánchez, de holgados pantalón y camisa blancos y descalzo, saluda sonriente a algunos asistentes. La expresión le cambia al paso de los minutos; a una empleada le pregunta con evidente molestia el motivo del retraso en el inicio del espectáculo; ella responde: “Estamos esperando a directivos”. Esos directivos resultan ser el alcalde y otros funcionarios municipales, que se retiran a mitad de la presentación.

Tatiana Zugazagoitia, Alberto Ruy Sánchez y bailarines
invitados al final de "Elogio del insomnio".

 Quiero creer que me involucro en el espectáculo, pero me doy cuenta que no estoy entendiendo las palabras del escritor; no me llegan definidas las voces (tal vez por las dimensiones de la sala las palabras retumban y se pierden) y no tengo el consuelo de intentar leer los labios porque en mi contra está la ingeniería del espacio que me oculta buena parte del tiempo el rostro del autor.

La misma ingeniería es la que me niega una buena perspectiva de los movimientos de Tatiana. Y esta vez ella tiene compañía, seis bailarines que ponen piel a la abstracción que la coreógrafa creó con música de Alejandro Basulto. Me resulto antipática por pensar que la suma de fuerzas es inequitativa, pero no puedo evitar creerlo: la diferencia de trayectorias y talentos de los invitados respecto a Tatiana produce un efecto disparejo. Y también chocante.

Hay un momento que puedo seguir con bastante claridad y que me llevo conmigo –aún tengo conmigo- al final de la función: la pareja “bailando dormida” en la cama, en la que va cambiando de posición como cuando nosotros lo hacemos entre sueños.

Van a dar las 12 y el Macay ya se ve lejos. De la “Noche blanca” me quedan tres razones para que el museo reciba visitantes este trimestre:

         * La colección de la Secretaría de Hacienda. Una reunión de esculturas figurativas y abstractas entre las que sorprenden y conmueven las de Heriberto Juárez, Carol Miller, Alberto Castro Leñero y Juan Soriano.

"Toro", bronce de Heriberto Juárez.

"Toro mexicano", de Heriberto Juárez (bronce).

"Pato", vaciado en bronce de Juan Soriano.

       *   “Las mariposas de viento” de Manuel Lizama. Colección de grabados en linóleo que, a pesar de plasmar escenas rurales y figuras indígenas –un tema que algunos creadores plásticos de la Península han explotado para gozo y transacción con los turistas-, hablan con voz suave e íntima a blanco y negro, sin afanes reivindicatorios que acusan más una pose que un sentimiento honesto.

"El rincón de las mariposas", grabado de Manuel Lizama.

       *  Las cajas de arte objeto que, junto con collages, maniquíes y técnicas mixtas, dan forma a los “Cuerpos vibrantes” de Marcela Lobo. Los misterios de la niñez y el encanto de la inocencia se asoman entre camafeos, zapatitos y juguetes enmarcados.


"Exvoto", Marcela Lobo.



lunes, 15 de julio de 2013

"Heli" y los golpes de pecho



Amat Escalante y Lorenzo Hagerman, director y fotógrafo
de "Heli", en la presentación especial de la película en LA68.


Me gusta creer que soy aficionada al cine de terror, pero hay películas que se encargan de desengañarme. He prometido con convicción que nunca veré “La masacre de Texas”¸”El juego del miedo” y “Hostel” ni terminaré de hacerlo con “Juegos divertidos” porque el tormento físico, como el que se practica contra personajes de esas películas, me produce una infelicidad que se prolonga más allá del tiempo que dura la cinta.

El propósito que Michael Haneke persigue con la violencia de “Juegos divertidos” no se relaciona con la intención recreativa de los filmes de Tobe Hooper, James Wan y Eli Roth, pero su efecto es el mismo, como también el que producen en mí las escenas de tortura en cintas sobre la guerra contra el terrorismo o el narcotráfico.

Se entenderá entonces el recelo con que comencé a ver “Heli” en la primera de las dos funciones especiales que su director, Amat Escalante, presentó durante una visita especial a Mérida para inaugurar la Sala Maravilla de LA68 Casa de Cultura “Elena Poniatowska” el jueves 4 de julio. Desde su estreno, y el triunfo de Amat, en Cannes las críticas a la película se han centrado en la crudeza con que retrata el impacto de la guerra contra el narco en las familias mexicanas, que muestra sin consideración con los estómagos sensibles la tortura a un militar, la agresión a animales y las vejaciones en el entrenamiento a soldados.

Tienen razón quienes dicen que “Heli” es dura y violenta. Deja una sensación de profunda tristeza ser testigo de actos de barbarie contra personas que sólo están en el lugar y el momento equivocados y no disponer de los medios para acabar con la opresión que viven. Pero a medida que avanzaba la película y me enfrentaba a las escenas de las que tanto se habla me nacía un sentimiento de incredulidad: ¿Éste es el grado de violencia que ha llevado a espectadores y críticos a salirse de las salas porque piensan que "ya es demasiado"? Porque “Heli”, a pesar de sus imágenes crudas, no es ni una fracción de lo gráficamente violenta que es cualquiera de las películas de Quentin Tarantino ni muestra más muertes ni destrucción que las que hay en éxitos del sistema, como “El hombre de acero” y “Guerra Mundial Z”. Es sólo que “Heli” no recurre a la violencia como instrumento de diversión ni nos conforta con la idea de que lo que vemos es una ficción (de hecho, Amat dice que la agresión al militar y el entrenamiento de los soldados son tomados de vídeos reales).

Si hubiera querido, el director podría haber hecho a su película más dura, pues están documentadas prácticas mucho más crueles para causar dolor (ahí están las descripciones de Mario Vargas Llosa sobre cómo actuaba la policía de los Trujillo en “La fiesta del chivo” y de Eduardo Galeano sobre la represión de la dictadura en Uruguay).

Más atención habría que ponerle al estilo narrativo de Amat, de ritmo pausado, escenas largas, muchas en silencio y no todas necesariamente relacionadas con el desarrollo del conflicto, una forma de contar historias que choca con la manera con que estamos acostumbrados a ver cine, de estímulos continuos “para que no se aburra el espectador”. En lo personal me gustaría más que “Heli” motivara una discusión sobre el valor de los lenguajes no mayoritarios del cine y no una condena mojigata a su retrato de la realidad.


La película llegará el 9 de agosto a las salas de cine comerciales.

Amat Escalante y Lorenzo Hagerman.


martes, 9 de julio de 2013

Un espíritu en Bellas Artes


Blanca Ríos agradece los aplausos del público al final
de la presentación de "Giselle" en Bellas Artes.

Exactamente ciento setenta y dos años después de su estreno en París, la Compañía Nacional de Danza abrió su temporada de representaciones de “Giselle” en el Palacio de Bellas Artes.
La noche del viernes 28 de junio, en la primera de las cuatro funciones programadas (dos el sábado 29 y la última, el domingo 30), el papel protagónico del duque que engaña a Giselle tuvo sabor cubano con la actuación de Carlos Quenedit como bailarín invitado. A Carlos se le vio bailar en Mérida en las giras del Ballet Nacional de Cuba por la Península de 2005 a 2007; de hecho, fue en esta ciudad, al final de la visita de hace seis años, cuando abandonó a la agrupación artística.
Carlos aporta juventud -mantiene un rostro de niño-, galanura y fuerza física al personaje del infiel que es reinvidicado por el amor de Giselle. La campesina esa noche fue la primera bailarina mexicana Blanca Ríos, digna de admiración por la rapidez y el equilibrio de sus movimientos, especialmente cuando se presenta como nueva wili ante Myrtha, la reina de esos espíritus.
A Myrtha la interpretó la primera solista japonesa Mayuko Nihei, de saltos limpios y líneas delicadas.
Alfredo López Mancera diseñó el vestuario, que para las wilis incluyó faldas con detalles azules, en el caso de Myrtha, y verdes, en el de los demás espíritus, y tocados de pedrería que contribuyeron a dar al grupo de ánimas, implacable con los humanos, un aspecto dulce.
A pesar de tener todas estas cualidades a su favor, a la “Giselle” de la CND le faltó garra, fuerza escénica que la hiciera memorable. A Carlos se le sintió ajeno a la historia, la mayor parte del tiempo fue inexpresivo y sus movimientos se vieron mecánicos. Blanca se notó más involucrada en la personificación de Giselle, pero, exceptuando la dramática escena de la locura y muerte, la interpretó sin matices que la hicieran atractiva, sin diferencias contundentes entre la chica ingenua del primer acto y el ánima en pena del segundo.
La falta de identificación con los personajes alcanzó a las wilis, que carecieron de ese aire de mujeres fatales a las que no se debe provocar, y a Hilarión (Luis Zamorano la noche del viernes), quien se tomó con bastante calma el hecho de estar condenado a bailar hasta morir.
Míriam González como Berthe fue convincente narrando con mímica qué le ocurre a las jóvenes que mueren antes de su boda, pero sin maquillaje de canas ni arrugas que la envejecieran aparentó ser, más que la madre de Giselle, alguien de menos edad que la protagonista.
El acompañamiento musical quedó en manos de la Sinfónica Juvenil “Carlos Chávez”, que, a pesar del sostenido entusiasmo de su director huésped, Alfredo Ibarra García, se escuchó tímida y desafinada, sobre todo las cuerdas en el segundo acto.- Valentina Boeta Madera
(Artículo publicado el lunes 1 de julio de 2013 en la sección Imagen de "Diario de Yucatán").

lunes, 24 de junio de 2013

Una hija malcriada

 
Héctor Hernández y Alma Rosa Cota agradecen, con el
elenco de "La fille mal gardée", los aplausos del público.

El Ballet Clásico de Yucatán se fundó hace dos años después de que sus creadores, Alma Rosa Cota y Héctor Hernández, intentaran primero agrupar a talentos locales mediante alianzas con otros maestros.

El Ballet Clásico ha presentado hasta ahora “El lago de los cisnes” en una versión muy similar a la adaptación que hace la Compañía Nacional de Danza para el lago de Chapultepec (de una hora de duración y con voz en off de un narrador), “El Cascanueces” (también similar a la de la CND), un programa combinado que incluyó el estreno en Mérida de “Dionaea”, coreografía de Gustavo Herrera atractiva, bien ensayada, con Montserrat Castellanos como solista, y “La fille mal gardée”, un ballet de tintes cómicos que llevó a escena por primera vez el domingo 26 de mayo, en dos funciones en el Teatro Armando Manzanero.

En las entrevistas que han ofrecido, Alma y Héctor han explicado que el propósito de su proyecto es servir de medio para que los estudiantes de danza graduados de escuelas de Yucatán tengan la oportunidad de experimentar las exigencias del trabajo escénico, la vida del bailarín profesional. De entrada hay que esperar que los integrantes de esta agrupación tengan múltiples estilos y niveles técnicos (tantos como escuelas de danza hay en Mérida), la mayoría de ellos claramente apto para festivales académicos pero muy lejos de encontrarse a la altura de un gran escenario.

Si este aspecto no se pierde en ningún momento de vista, la producción de “La fille mal gardée” del Ballet Clásico de Yucatán resulta agradable de ver por la comicidad de su historia, la agilidad con que transcurren los hechos (comprimidos a una hora de representación, con breves pausas musicales con el telón abajo a manera de intermedios) y el encanto de su partitura.

Para interpretar el papel de Mamá Simone tanto en la función de 10 a.m. como la de 12 i.m. se invitó a actuar al bailarín profesional Jorge Zúñiga, actualmente residente en Quintana Roo. Son evidentes las tablas y aptitudes de Jorge para encarnar a la viuda sobreprotectora que intenta casar a su hija Lisette (Elena Vales en la primera presentación, Ailett Perches en la segunda) con un tontín adinerado (Guillermo Burgos), a pesar de que la joven quiere andar con Colin (Matthew Denegrevaugh; figura estilizada, algunos problemas de equilibrio).

Mamá Simone (Jorge Zúñiga) baila con las amigas
de su hija Lisette.
Jorge es hilarante en sus expresiones exageradas, que evidencian su dominio del personaje. Especialmente simpática es la escena en que toca la pandereta mientras su hija baila: al mover el instrumento todo él se convulsiona, incluyendo su “busto”, al que mira con una mezcla de terror y vergüenza por cómo se agita. Lo único que se le puede reprochar es su caracterización física, porque su vestuario y maquillaje, lejos de mostrarlo como una mujer grotesca y hombruna como se acostumbra (una doña Tremebunda al estilo de Condorito), lo hacen ver bastante femenino, y que en la escena del baile con los zuecos sus zapatos no sonaran como la madera.

Jorge es la columna vertebral de la producción, a la que no le fue mal en audiencia, pues en la función del mediodía logró llenar unos tres cuartos de asientos de la sala principal del teatro. El acceso fue con boletos que costaron $60.


Colin (Matthew Denegrevaught) y Lisette (Ailett Perches).