lunes, 28 de octubre de 2013

Artista genial y generoso


Paco de Lucía y el Septeto en concierto en Mérida

Tal vez el mejor escenario para asistir a un concierto de Paco de Lucía no es un teatro, sino la sala o la terraza de una casa, porque el músico tiene la extraordinaria habilidad para hacer que su público se sienta, antes que eso, amigo, cuate, carnal, brother…

Paco es claramente la estrella de sus presentaciones, como la que ofreció el martes 15 en el Teatro Armando Manzanero; pero es todo menos un músico de poses y cuando el auditorio le grita desde su asiento él entra al juego, se ríe y contesta como amigo, cuate, carnal, brother…

En el concierto del 15, Paco no pronunció discursos ni presentó sus composiciones; entró al escenario, caminó hasta el centro, hizo una reverencia a manera de “buenas noches” y se sentó para inmediatamente tocar la primera obra del programa, a la que secuencias melódicas cortas envuelven en un ambiente nostálgico.

En la segunda pieza empezarían a unírsele los músicos del Septeto, el conjunto que le acompaña en su gira mundial y le permite demostrar que además de ser un artista genial es uno generoso: el lugar que Paco ocupa es siempre el central y es su nombre el que arrastra a la gente al teatro, pero sus acompañantes están igualmente dotados de mucho talento y De Lucía por momentos se pierde voluntariamente en el paisaje para permitir a los demás lucirse. Ahí está el ejemplo de Farruco, que asombra y conmueve en el tablao, y de los cantaores Rubio de Pruna y David de Jacoba, que en lo personal me hicieron la noche con su canto cálido y trágico. En otros momentos los demás artistas (el guitarrista Antonio Sánchez Palomo, el percusionista El Piraña, Antonio Serrano en la armónica y los teclados, y el bajista Alain Pérez) tienen solos en los que presumen su arte.

Al terminar el concierto era obvio que el público le insistiera a Paco para que regresara a tocar el encore, lo que hizo después de que con aplausos se le rogara durante varios minutos (de hecho, yo pensé que el guitarrista ya no volvería). Y cuando el telón finalmente bajó, decenas de asistentes esperaron a los músicos a la salida de camerinos para saludarlos y fotografiarlos.


Fue una pena que este encuentro entre un artista y un público comprometidos, este ejemplo de sencilla maestría y profunda entrega no lo disfrutaran más que tres cuartas partes del aforo del Armando Manzanero. Pudo influir, quizás, el precio de los boletos: de 500 (en galería y los primeros que se agotaron), 900 y 1,200 pesos. Aunque al final todos recibimos mucho más de la cantidad que pagamos.

Paco de Lucía (al centro) con El Piraña, Alain Pérez, Antonio
Serrano, Antonio Sánchez, Rubio de Pruna, David de Jacoba
y Farruco, el 15 de octubre en el Teatro Armando Manzanero

martes, 22 de octubre de 2013

Respeto a la tradición y al público

(Publicado el lunes 21 de octubre de 2013 en la sección Imagen de "Diario de Yucatán")


Foto de Guillermo Galindo para Escenarte de la función
inaugural de "El Corsario" en el Auditorio Nacional

Demanda esfuerzo encontrar la forma de describir una función del Ballet del Teatro Mariinsky porque ¿cómo se materializa en palabras lo que tiene condición de etéreo?
A la escuela rusa de ballet se le reconoce por su altísimo nivel técnico, pero el Mariinsky está lejos de ser una compañía de cirqueros, de ésas que se inclinan sólo por la exhibición de proezas físicas como fórmula para ganar afición.
Y lo dejó bien en claro en la segunda, el viernes pasado, de sus tres funciones de “El Corsario” en el Auditorio Nacional: las aptitudes técnicas de sus artistas, desde las primeras figuras hasta el cuerpo de baile, están al servicio de un bien superior: la poesía visual, la que resulta de combinar cualidades físicas sobresalientes con las dosis justas de sensibilidad, delicadeza y elegancia.
Oxana Skorok, la Medora de esa noche, es una figura de porcelana dotada de aliento de vida, una que hace parecer los ademanes teatrales como formas naturales de expresión. Elena Evseeva como Gulnara sortea los retos coreográficos de la segunda escena del primer acto sin perder el efecto de contrariedad -y sin caer en la exageración- en el rostro por ser ofrecida como esclava al Pashá (Vladimir Ponomarev).
Kim Kimin atrajo los aplausos de mayor intensidad como Alí, el papel con más fuegos de artificio, en el segundo acto, cuando baila en la cueva de los corsarios con Medora y Conrad (Andrey Ermakov), aunque el porte y el dominio y limpieza de los movimientos de Alexey Timofeev hicieron de su traficante Lankedem una presencia que exigió seguirse desde que el telón se levantó.
En sus producciones el Mariinsky demuestra el respeto a su tradición y prestigio, pero también a su público, por el que se toma molestias y cuida los detalles. El prólogo, que narra en unos segundos el naufragio de Conrad, Alí y Birbanto (Yury Smekialov), transcurre detrás de un telón transparente sobre el que se proyectan nubes de tormenta, como también ocurre en el epílogo, aunque aquí el barco, que ahora navega en aguas tranquilas, se aleja entre el lienzo de nubes y uno posterior donde se ve un atardecer con el Sol enrojecido.
El palacio del Pashá, en el tercer acto, tiene techos que evocan el plumaje de un pavo real y cuando el harén baila en el Jardín Animado lo hace ante un gran fondo de columnas, flores y telas a través del cual, en un momento, se ve manar agua de tres fuentes.
La última vez que el Mariinsky actuó en el país fue hace 10 años. Su visita de 2013 concluirá mañana martes, cuando se presente la última de las tres funciones -comenzaron ayer- del segundo programa de la compañía, “Grandes ballets rusos”, que incluyen “Las sílfides”, “Petrushka” y “Sherezada”.- Valentina Boeta Madera

lunes, 14 de octubre de 2013

Lo mismo de siempre

El Ballet Clásico de Rusia al final de la segunda de tres partes
del programa, dedicada a "El Cascanueces"

¿Por dónde empezar? ¿Por la reducción a 45 minutos cada una de tres obras que originalmente duran no menos de dos horas y una edición que no procura la lógica narrativa? ¿Por la pobreza de la escenografía: tres telones (uno para cada acto) de paisajes dieciochescos pintados sin atención a los detalles? ¿Por las “pelucas” de los varones en el Vals de las Flores de “El Cascanueces”: tela blanca para cubrir la cabeza y un par de tubos blancos a cada lado? No, mejor empiezo por el final: un remix versión disco de composiciones de Tchaikovsky.

Sí, el llamado Ballet Clásico de Rusia remató el programa que presentó el viernes 11 en el Teatro Armando Manzanero con un “popurrí” de obras del compositor ruso interpretado con instrumentos electrónicos y ritmo moderno, que los ejecutantes acompañaron con movimientos que iban de lo clásico a la danza jazz.

Fue un triste recordatorio de que lo que hay que esperar de esas agrupaciones que periódicamente hacen giras por México y se cuelgan del prestigio y abolengo de la escuela rusa de ballet para darle al público espejitos a cambio de su oro. Y eso que antes de llegar el “gran final” pensé por un momento que la noche la había salvado la bailarina principal de los actos dedicados a “El Cascanueces” y “El lago de los cisnes”, en el que encarnó a Odile. ¿Su nombre? Será por siempre un misterio, pues en estas “compañías” los bailarines no son lo suficientemente importantes para que los promotores se interesen en imprimir programas de mano con información del elenco. Y realmente esta bailarina ameritaba que se tuviera esa cortesía con ella, pues, a diferencia de sus compañeros, actuó con ánimo, entusiasmo y arriesgando; fue capaz de transmitir emoción y belleza con sus líneas finas y energía con sus movimientos rápidos. Su desempeño tuvo un contraste abismal con el de la bailarina que interpretó a Aurora en “La Bella Durmiente” (obra que abrió el programa) y a Odette en el acto final, pues además de que ésta no parecía adentrada en sus personajes, se le notó insegura y lenta en algunos giros.

Esta semana el Ballet del Teatro Mariinsky comenzará una temporada de presentaciones en la ciudad de México. Fantaseo con un experimento de ciencia loca en que cualquiera de los “artistas” de esas agrupaciones de medio pelo que recorren el país alternen en el escenario con alguna pareja solista, la menos aventajada si quieren, de una compañía con el currículum y la mística de trabajo del Mariinsky. Tal vez así nos demos cuenta de una buena vez por todas de la grandísima tomadura de pelo que voluntariamente accedemos a que ocurra en nuestra ciudad.

Los boletos para la función del Ballet Clásico de Rusia costaron 350, 450 y 550 pesos.

La pareja principal de "El Cascanueces" al final del acto