Foto de Guillermo Galindo para Escenarte de la función inaugural de "El Corsario" en el Auditorio Nacional |
Demanda esfuerzo encontrar la forma de describir una función del Ballet del Teatro Mariinsky porque ¿cómo se materializa en palabras lo que tiene condición de etéreo?
Kim Kimin atrajo los aplausos de mayor intensidad como Alí, el papel con más fuegos de artificio, en el segundo acto, cuando baila en la cueva de los corsarios con Medora y Conrad (Andrey Ermakov), aunque el porte y el dominio y limpieza de los movimientos de Alexey Timofeev hicieron de su traficante Lankedem una presencia que exigió seguirse desde que el telón se levantó.
En sus producciones el Mariinsky demuestra el respeto a su tradición y prestigio, pero también a su público, por el que se toma molestias y cuida los detalles. El prólogo, que narra en unos segundos el naufragio de Conrad, Alí y Birbanto (Yury Smekialov), transcurre detrás de un telón transparente sobre el que se proyectan nubes de tormenta, como también ocurre en el epílogo, aunque aquí el barco, que ahora navega en aguas tranquilas, se aleja entre el lienzo de nubes y uno posterior donde se ve un atardecer con el Sol enrojecido.
El palacio del Pashá, en el tercer acto, tiene techos que evocan el plumaje de un pavo real y cuando el harén baila en el Jardín Animado lo hace ante un gran fondo de columnas, flores y telas a través del cual, en un momento, se ve manar agua de tres fuentes.
La última vez que el Mariinsky actuó en el país fue hace 10 años. Su visita de 2013 concluirá mañana martes, cuando se presente la última de las tres funciones -comenzaron ayer- del segundo programa de la compañía, “Grandes ballets rusos”, que incluyen “Las sílfides”, “Petrushka” y “Sherezada”.- Valentina Boeta Madera
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