Amat Escalante y Lorenzo Hagerman, director y fotógrafo de "Heli", en la presentación especial de la película en LA68. |
Me gusta creer que soy aficionada al cine
de terror, pero hay películas que se encargan de desengañarme. He prometido con
convicción que nunca veré “La masacre de Texas”¸”El juego del miedo” y “Hostel”
ni terminaré de hacerlo con “Juegos divertidos” porque el tormento físico, como
el que se practica contra personajes de esas películas, me produce una
infelicidad que se prolonga más allá del tiempo que dura la cinta.
El propósito que Michael Haneke persigue con la violencia de “Juegos divertidos” no se relaciona con la intención
recreativa de los filmes de Tobe Hooper, James Wan y Eli Roth, pero su efecto es el mismo, como también
el que producen en mí las escenas de tortura en cintas sobre la guerra contra
el terrorismo o el narcotráfico.
Se entenderá entonces el recelo con que
comencé a ver “Heli” en la primera de las dos funciones especiales que su
director, Amat Escalante, presentó durante una visita especial a Mérida para
inaugurar la Sala Maravilla de LA68 Casa de Cultura “Elena Poniatowska” el
jueves 4 de julio. Desde su estreno, y el triunfo de Amat, en Cannes las
críticas a la película se han centrado en la crudeza con que retrata el impacto
de la guerra contra el narco en las familias mexicanas, que muestra sin
consideración con los estómagos sensibles la tortura a un militar, la agresión
a animales y las vejaciones en el entrenamiento a soldados.
Tienen razón quienes dicen que “Heli” es
dura y violenta. Deja una sensación de profunda tristeza ser testigo de actos
de barbarie contra personas que sólo están en el lugar y el momento equivocados
y no disponer de los medios para acabar con la opresión que viven. Pero a
medida que avanzaba la película y me enfrentaba a las escenas de las que tanto se
habla me nacía un sentimiento de incredulidad: ¿Éste es el grado de violencia
que ha llevado a espectadores y críticos a salirse de las salas porque piensan que "ya es demasiado"? Porque
“Heli”, a pesar de sus imágenes crudas, no es ni una fracción de lo
gráficamente violenta que es cualquiera de las películas de Quentin Tarantino
ni muestra más muertes ni destrucción que las que hay en éxitos del sistema,
como “El hombre de acero” y “Guerra Mundial Z”. Es sólo que “Heli” no recurre a
la violencia como instrumento de diversión ni nos conforta con la idea de que
lo que vemos es una ficción (de hecho, Amat dice que la agresión al militar y
el entrenamiento de los soldados son tomados de vídeos reales).
Si hubiera querido, el director podría
haber hecho a su película más dura, pues están documentadas prácticas mucho
más crueles para causar dolor (ahí están las descripciones de Mario Vargas Llosa sobre cómo actuaba la policía de los
Trujillo en “La fiesta del chivo” y de Eduardo Galeano sobre la represión de la dictadura en Uruguay).
Más atención habría que ponerle al estilo
narrativo de Amat, de ritmo pausado, escenas largas, muchas en silencio y no
todas necesariamente relacionadas con el desarrollo del conflicto, una forma de
contar historias que choca con la manera con que estamos acostumbrados a ver cine,
de estímulos continuos “para que no se aburra el espectador”. En lo personal me
gustaría más que “Heli” motivara una discusión sobre el valor de los lenguajes
no mayoritarios del cine y no una condena mojigata a su retrato de la realidad.
La película llegará el 9 de agosto a las salas de cine comerciales.
Amat Escalante y Lorenzo Hagerman. |
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