jueves, 1 de agosto de 2013

Blanca que te quiero blanca

A primera vista parece que la “Noche blanca” le ha salido muy bien al Ayuntamiento. Cientos de personas, entre locales y turistas, ocupan las calles del Centro Histórico y hacen repuntar la cifra de visitantes a foros culturales del primer cuadro y los alrededores.

En el Macay hay cita a las 11 para los desvelados. Invitan Alberto Ruy Sánchez y Tatiana Zugazagoitia, cabezas del espectáculo literario y dancístico “Elogio del insomnio”. Qué deseos de ver bailar otra vez a Tatiana. La primera coreografía en que la recuerdo en escena fue una creada por ella misma, “Viaje al reencuentro”, en que recorría nuevamente, pero ahora con propósitos artísticos, el camino del dolor al consuelo en el que transitó por la muerte de su padre. Como después supe que es característica de su propuesta, no toda la coreografía es “bailada” en el significado tradicional del concepto, pues hay momentos –algunos en silencio- en que se ejecutan movimientos ordinarios, como cuando hace una fila de figuras de papel que simbolizan velas.

Esa antigua experiencia en el Peón Contreras deja una lección: sin importar el grado de conexión entre yo espectadora y la coreografía, produce placer admirar a la Tatiana bailarina, una artista con talento, oficio y escuela (en su currículum hay estudios de danza clásica en Rusia). Ésa es la razón para asistir a espectáculos posteriores de Tatiana, el más reciente el del Macay, en el que Ruy Sánchez lee textos de sus libros “Elogio del insomnio” y “Decir es desear”, que se intercalan con momentos de danza.

Pero en esta calurosa noche blanca del sábado 20 de julio en el Macay hay circunstancias que no favorecen el disfrute.

Una noche antes el museo inaugura sus exposiciones del trimestre julio-septiembre; recorrer las salas es una buena opción para ocupar el tiempo de espera para “Elogio del insomnio”. Son las 10:30. Cuando se le pregunta, un empleado del museo señala la sala 14 (en la segunda planta) como lugar de la presentación de danza y aconseja darse prisa para llegar: sólo se permitirá la entrada a 70 personas. Otro empleado está de pie frente a la puerta de la sala 14, impide el paso y advierte: la fila para acceder se está formando en el primer piso; no estás en ella, no entras.

Planta baja nuevamente. Altavoz en mano, un tercer empleado da indicaciones sobre la dirección que sigue la fila, apunta con el dedo a los asistentes para contarlos, habla por radio con alguien más al que le advierte que prolongar la espera en esas condiciones podría tener efectos negativos. Finalmente, la orden de subir, pero sigue sin escucharse una para entrar; otra espera de minutos junto a la puerta de la sala con la indicación adicional de pegarse a la pared (para permitir el tránsito por los pasillos de los visitantes a las exposiciones) y la escena ya vista del empleado apuntando con el dedo para asegurarse de que sean 70 los espectadores.

El ingreso a la sala es un alivio para la mente y el cuerpo cansados. Hay sillas distribuidas en forma de U alrededor del área de la representación. Tatiana “duerme” en una cama mientras el público ocupa sus asientos. Privilegiados los que encontraron lugar exactamente enfrente de la cama, no hay columnas inoportunas que limiten su campo de visión.

Ruy Sánchez, de holgados pantalón y camisa blancos y descalzo, saluda sonriente a algunos asistentes. La expresión le cambia al paso de los minutos; a una empleada le pregunta con evidente molestia el motivo del retraso en el inicio del espectáculo; ella responde: “Estamos esperando a directivos”. Esos directivos resultan ser el alcalde y otros funcionarios municipales, que se retiran a mitad de la presentación.

Tatiana Zugazagoitia, Alberto Ruy Sánchez y bailarines
invitados al final de "Elogio del insomnio".

 Quiero creer que me involucro en el espectáculo, pero me doy cuenta que no estoy entendiendo las palabras del escritor; no me llegan definidas las voces (tal vez por las dimensiones de la sala las palabras retumban y se pierden) y no tengo el consuelo de intentar leer los labios porque en mi contra está la ingeniería del espacio que me oculta buena parte del tiempo el rostro del autor.

La misma ingeniería es la que me niega una buena perspectiva de los movimientos de Tatiana. Y esta vez ella tiene compañía, seis bailarines que ponen piel a la abstracción que la coreógrafa creó con música de Alejandro Basulto. Me resulto antipática por pensar que la suma de fuerzas es inequitativa, pero no puedo evitar creerlo: la diferencia de trayectorias y talentos de los invitados respecto a Tatiana produce un efecto disparejo. Y también chocante.

Hay un momento que puedo seguir con bastante claridad y que me llevo conmigo –aún tengo conmigo- al final de la función: la pareja “bailando dormida” en la cama, en la que va cambiando de posición como cuando nosotros lo hacemos entre sueños.

Van a dar las 12 y el Macay ya se ve lejos. De la “Noche blanca” me quedan tres razones para que el museo reciba visitantes este trimestre:

         * La colección de la Secretaría de Hacienda. Una reunión de esculturas figurativas y abstractas entre las que sorprenden y conmueven las de Heriberto Juárez, Carol Miller, Alberto Castro Leñero y Juan Soriano.

"Toro", bronce de Heriberto Juárez.

"Toro mexicano", de Heriberto Juárez (bronce).

"Pato", vaciado en bronce de Juan Soriano.

       *   “Las mariposas de viento” de Manuel Lizama. Colección de grabados en linóleo que, a pesar de plasmar escenas rurales y figuras indígenas –un tema que algunos creadores plásticos de la Península han explotado para gozo y transacción con los turistas-, hablan con voz suave e íntima a blanco y negro, sin afanes reivindicatorios que acusan más una pose que un sentimiento honesto.

"El rincón de las mariposas", grabado de Manuel Lizama.

       *  Las cajas de arte objeto que, junto con collages, maniquíes y técnicas mixtas, dan forma a los “Cuerpos vibrantes” de Marcela Lobo. Los misterios de la niñez y el encanto de la inocencia se asoman entre camafeos, zapatitos y juguetes enmarcados.


"Exvoto", Marcela Lobo.



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