Los hombros vencidos son la señal de que el cuerpo ya exige su cuota de sueño. Pasan de las 12. Hago memoria y concluyo que llevo dos horas y media de lectura, interrumpida sólo ocasionalmente para ir al refrigerador a rellenar el vaso de refresco.
No es común que esto me ocurra. Pero “Los malditos” tampoco
es un libro común. Si no me lo tomé de un sorbo fue por aquello de la necesidad
de dormir e ir a trabajar.
No pasó mucho tiempo entre que Random House Mondadori anunciara el lanzamiento y el libro estuviera disponible en Mérida para que también los lectores del Sureste atisbaran, a
través de las palabras del reportero Jesús Lemus, la experiencia de ser uno de
los internos de la cárcel federal de Puente Grande, Jalisco. Un interno inocente.
Si aceptamos como verdadero todo lo que se relata en el
libro, “Los malditos” es un documento excepcional porque, más allá de ser una
narración costumbrista de la dureza (por la agresividad y la humillación con que
se trata a los reos) de la vida en una prisión de máxima seguridad, es un
compendio de datos y opiniones de algunas de las personas que en los últimos 25
años han golpeado fuertemente con sus crímenes a la sociedad mexicana.
Lemus dice que su condición de reportero lo ayudó a
sobrevivir a la experiencia, al invitarlo a imaginar cómo sería redactar notas con la información recogida cada día. Y de haber llegado a las páginas de
“El Tiempo”, el periódico del que era editor general y desde el que denunció prácticas
de los gobiernos federal y de Michoacán –que le valió la acusación de pertenecer
a una célula criminal de ese estado–, el material tal vez hubiera causado una
conmoción mayor a la que ahora está produciendo el libro, que se debe abrir
camino entre quienes quieren y pueden pagar los 249 pesos que, por ejemplo,
cuesta en Gandhi.
Quienes alguna vez hayan tenido que hacer una entrevista
sabrán que, por muy extrovertida y cómoda que se muestre la persona con la que
se habla, la grabadora y la libreta imponen y esto sesga la información. Como
interno de Puente Grande, Lemus tuvo el “privilegio” de dialogar al tú por tú
con aquéllos que integran lo que Noé Hernández “El Gato”, uno de sus vecinos
de celda, llamaba la “selección nacional de la delincuencia”. Y no se quedó con
las ganas de preguntarle a Mario Aburto si en verdad le había disparado a Luis
Donaldo Colosio, a Daniel Arizmendi “El Mochaorejas” si está arrepentido de lo
que hizo, a Daniel Aguilar Treviño cuáles fueron los motivos de que atentara
contra José Francisco Ruiz Massieu, y a “El Gato” qué hay de verdad en que “El Chapo”
Guzmán escapó de Puente Grande en un carrito de lavandería.
Del mismo Rafael Caro Quintero, quien ha vuelto a los
titulares por su liberación, apenas el 9 de agosto pasado, Lemus asegura que se
ganó su confianza para charlar de cuando en cuando con él. Aunque no dice que
haya intentado cuestionarlo sobre el crimen por el que fue encarcelado –el homicidio de Enrique Camarena–, pues Caro Quintero no es persona sociable y nunca habla de temas del narco (sus preferidos son
la política y la historia de México), sí se atrevió a preguntarle si era verdad
que ofreció pagar la deuda externa a cambio de que lo dejaran “trabajar”, si sentía
miedo y qué opinaba de los corridos que se han escrito sobre él.
La conversación con Caro Quintero tiene especial relevancia porque durante el tiempo de su encierro (en ese entonces 24 años) se dedicó a rechazar solicitudes de entrevistas que recibió del exterior.
La conversación con Caro Quintero tiene especial relevancia porque durante el tiempo de su encierro (en ese entonces 24 años) se dedicó a rechazar solicitudes de entrevistas que recibió del exterior.
Lemus explica que sus apuntes los fue escribiendo en papel
de baño con una punta de lápiz que alguien compasivo le regaló. No especifica
si esto ocurrió cuando aún estaba en el Centro de Observación y Clasificación,
la primera escala que los internos hacen apenas entran a Puente Grande y donde
el periodista permaneció recluido unos seis meses, totalmente desnudo, para evitar que conservara objetos que se
convirtieran en armas con las cuales atentara contra su vida. Si la transcripción de las
charlas que sostuvo con otros reos en esta área la hizo después, cuando fue
enviado al módulo de población, y apelando a su memoria, esto explicaría por qué
algunas declaraciones se escuchan demasiado bien formuladas para provenir de personas
que no tienen un alto nivel académico ni social.
El final del libro, con la narración de la liberación de
Lemus por falta de pruebas, ofrece apenas un cuadrito de luz a un relato oscurecido
por la violencia de los criminales y la pretendida mano correctiva del
gobierno.
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