martes, 22 de enero de 2013

Perdonen que no me ría

Luis Rábago, Gabriela Núñez y
Juan Carlos Remolina al final de
"Cartas de amor a Stalin".


 Cartas de amor a Stalin” es una ficción que parte de un hecho real: la caída en desgracia profesional del escritor Mijaíl Bulgákov, a quien las sospechas de antisovietismo  durante la dictadura de Stalin marginaron del teatro y los círculos editoriales.

La obra, de Juan Mayorga y que la Compañía Nacional de Teatro presentó durante tres días en Mérida, no pretende ser una metáfora o analogía de la lucha contra algo más fuerte que nosotros, sino tan sólo una aproximación a una mente lúcida que es trastornada por la obsesión de escribir la carta perfecta que convenza a Stalin de permitirle trabajar de nuevo en teatro o abandonar el país.

Sin embargo, la obra me remitió a todos esos momentos en que, por voluntad propia o inconscientemente, nos subimos al banquito de la superioridad moral, vemos a los demás por encima de sus cabezas y, formulando juicios de valor, tomamos decisiones que afectan sus vidas. Y también a los casos en que otros, con la idea de que tienen buenas razones para hacerlo, ejercen su poder sobre nosotros de maneras que nos resultan incomprensibles y dolorosas.

Bulgákov (Juan Carlos Remolina) se ve acosado por el espectro de Stalin, que exprime su ánimo y mente como cuando nosotros y los otros nos enfrentamos a una pared de piedra al intentar cambiar el curso de la vida. Para cuando llegó el final después de una hora y 40 minutos mi corazón se sentía empequeñecido, adolorido, atribulado.

La obra incluye algunos recursos cómicos en el diálogo imaginario de Bulgákov con Stalin (Luis Rábago) que hacen contrapeso a la tensión de su locura, a la exasperación ante la imposibilidad de su esposa Bulgákova (Gabriela Núñez) de limpiar el nombre del escritor y conseguir permiso de salida al extranjero. Aunque el público que asistió a la última de las tres funciones de la obra en el Teatro Daniel Ayala Pérez, el sábado 19, pareció encontrar muchos más motivos de risa a lo largo de toda la historia, incluso fuera de lugar, como ante la mención del nombre del poeta Mayakovski, cuando Bulgákova arroja con violencia el costurero en señal de enojo, cuando el escritor se agita los cabellos para transmitir su desesperación y, en otro momento, pronuncia gravemente: “Como si el demonio estuviera suelto por la casa”, y cuando Stalin dice que ha escrito un poema titulado “La mañana”… Debe ser que mi corazón de tan adolorido y atribulado no supo encontrar la comicidad en el drama.

Al final de la representación, Luis Rábago informó que la respuesta a la brevísima temporada en Mérida anima a la CNT a planear nuevas visitas de más días y más lugares, lo que significaría una oportunidad de volver a ver a actores convincentes, emotivos y con amplio rango de matices (en la escena inicial, Gabriela Núñez dice todo sin decir nada cuando entra y ve a Bulgákov sentado de nuevo en su escritorio). Ojalá que esa oportunidad se aprovechara también para ofrecerles un mejor espacio de funciones, porque el Daniel Ayala no está –ni en aforo ni en características técnicas- a la altura de una compañía que representa a todo el teatro mexicano.

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