viernes, 16 de noviembre de 2012

Confieso mi ojeriza


No creo que el arte sea y deba ser para unos cuantos, pero sí que se puede sacar provecho del interés de algunas personas en utilizar la cultura como afirmación de su estatus social.

Me parece que ésa es buena parte de la razón por la que fluyen recursos al Patronato de la Sinfónica de Yucatán, que en los programas de mano de todos los conciertos repite la lista de sus benefactores (con títulos políticamente correctos, como “benefactor amigo”, “entusiasta”, “asociado”…). Si con eso se garantiza que habrá dinero para continuar con este proyecto, pues que pongan hasta sus fotos, digo yo.

Pero confieso mi ojeriza por cuatro o cinco personas que no pueden faltar a los eventos artísticos (y deportivos y empresariales)… siempre y cuando haya gente que las pueda reconocer  y contar que las vieron. El más reciente encuentro fue en el concierto de Philip Glass en la hacienda Ochil, el miércoles pasado. Me sorprende que me sorprendiera que estuvieran ahí, después de todo cómo iban a faltar a un espectáculo limitado a 500 personas, con entradas de 4,000 pesos (te sentaras donde te sentases) y que se realizaba en  la propiedad de uno de los hombres más poderosos de México.

Si por algo siento tirria por ellos es porque, aunque se ostentan como  aficionados al arte, al final hacen cosas como salirse durante el concierto para ir sepa Dios a dónde. Aunque debo decir que hubo más de uno que hizo lo mismo; a algunos los vi volver a sus lugares, a otros no.

Al menos lo que pagaron irá a parar a un fondo de conservación del patrimonio cultural maya. Qué pena que ese grupo nunca ponga un pie en foros alternativos de Mérida, donde hay proyectos que valen mucho la pena pero que a duras penas sobreviven porque no tienen dinero ni atractivo social para sus benefactores.


Concierto de Philip Glass en la
hacienda San Pedro Ochil.

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