Qué vergüenza. Estaba más que dispuesta a ver la función de
estreno de “El lagarto de humo” y cuando me preparaba para irme caí en la
cuenta de que había confundido el horario e iba con una hora de retraso…
Vergüenza y coraje, porque tenía muchas ganas de comprobar
si el nuevo trabajo de Tumàk’at era tan ingenioso como su anterior obra para
niños, “Brins”. Esperaré entonces a que “El lagarto…” encuentre su camino a una
nueva fecha, hora y foro, y que de preferencia lo haga fuera del circuito de
festivales (esta vez se presentó en el Otoño Cultural), en el que las
autoridades son las que asignan espacios y días según la disponibilidad de los
teatros y no necesariamente la calidad de la propuesta.
Me gustaría saber si quienes administran las actividades
artísticas en Mérida y en todo Yucatán están conscientes de la relevancia del
trabajo que hay detrás de algunos proyectos. Creo que no es para menos
que “El lagarto…”, como las otras cuatro obras que ha presentado Tumàk’at, haya
sido creada expresamente para la compañía de danza por un coreógrafo con trayectoria, porque ¿qué tan frecuente es que
eso ocurra en nuestro medio? No es, como sucede en la mayoría de las ocasiones,
una obra preexistente que se adaptó a la compañía, sino el resultado que se
buscaba de la colaboración de dos meses entre los bailarines locales y el
coreógrafo argentino Leandro Kees.
Es como también ocurre con “Represensitive People”, de
Créssida Danza Contemporánea, que se estrenó en septiembre. El español Roberto Olivan, autor de la
coreografía, viajó a Mérida para trabajar en un taller con Créssida que
finalmente se convirtió en el proyecto de montaje. Y por si esto fuera poco, la música fue
compuesta nada más y nada menos que por Javier Álvarez; de nuevo, no era algo
que surgió para otros y la compañía local utilizó, sino una creación pensada
específicamente para ella… y hecha no por cualquiera.
En un mundo ideal se privilegiaría la contribución de esos creadores.
Pero no vivimos ahí, ¿verdad?