Escena de “Roma”, de Alfonso Cuarón. Fotografía de Participant Media y Esperanto Filmoj |
No recuerdo qué edad tenía cuando comencé a sentir desencanto por los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, pero sí que lo primero que me hizo dudar de ellos como medida de calidad de un trabajo fílmico era el hábito de reconocer como mejores del año a producciones que perdían o que ni siquiera figuraban en las categorías de actor/actriz principal, guión, fotografía y —a mi juicio, lo más absurdo— dirección. ¿Pues entonces qué hace a una producción la mejor?
Yalitza Aparicio. Foto: Participant Media y Esperanto Filmoj |
No ayuda saber que la recompensa para “El ciudadano Kane” fue únicamente un Óscar, el de mejor guión original; que la maestría de Orson Welles y Alfred Hitchcock nunca fue reconocida excepto en el tramo final de sus vidas con el premio a la trayectoria; que “Titanic” fue ovacionada como la mejor película de 1998 (¿“Titanic” superior a “L.A. Confidential”?, perdón pero no); que un actor se coloca más cerca de una postulación si interpreta —no importa con qué calidad lo haga— a un discapacitado o transforma su galanura en fealdad (caso de estudio: Charlize Theron en “Monster”).
¿Y por qué es siempre la misma docena de cintas la que compite en la temporada de premios? ¿Nadie tuvo tiempo el año pasado de ver “Upgrade” o “Search” o “Suspiria”?
Nos tomamos muy en serio el veredicto de los Óscares y perdemos de vista que son solamente una opinión. Y ya Sean Penn había dado una pista de qué opinión es la que prevalece cuando en 2004 asistió por primera vez a la ceremonia y agradeció el galardón a mejor actor: “Esto es un concurso de popularidad”.
Pero este domingo, cuando por obligaciones laborales tenga que seguir la gala, me voy a tragar el cinismo y la desconfianza en los Óscares, porque la atención que estos galardones —y también los Globos de Oro y demás reconocimientos de la estación— han puesto en “Roma” es lo que México necesita en este momento.
Alfonso Cuarón en acción. Participant Media y Esperanto Filmoj |
Si se cumplen los pronósticos, Alfonso Cuarón se convertirá en el primer mexicano en ser premiado con el Óscar como mejor director por una cinta hablada en español. Y lo hará en pleno debate del estado de emergencia con que el presidente de Estados Unidos espera financiar la construcción del muro en la frontera. El muro que se suponía que nosotros íbamos a pagar.
Y, por otro lado, la reacción del público a la creciente fama de la protagonista de “Roma”, Yalitza Aparicio, nos está obligando a confrontar la realidad de la discriminación a la población indígena del país. Porque ninguno de los argumentos con que se intenta justificar la indignación por la postulación de Yalitza al Óscar a la mejor actriz es capaz de ocultar el verdadero sentimiento que la motiva: el desprecio a lo indígena.
Que “no tiene formación de actriz”. ¿Y? ¿Ahora nos ofende
que una no-actriz sobresalga en la pantalla? ¿Por qué hemos tolerado entonces
por generaciones el paso de modelos a cantantes a actores a cantantes a conductores
en películas, obras de teatro y programas de televisión?
Que “en realidad no actuó en la película, estaba siendo ella misma”.
Yalitza es maestra de profesión. ¿Es que toda la población indígena sabe por
naturaleza cómo se comporta el servicio doméstico? ¿Y no se supone que una
actriz auténtica es eso: alguien capaz de borrar los límites entre ella y su personaje?
Esa queja bien se la pueden plantear a Lady Gaga, una cantante postulada al
Óscar por su interpretación de... una cantante.
Para erradicar en México la discriminación a las comunidades étnicas debemos como primer paso admitir que persiste la idea colonial de que lo indígena es feo y poco valioso y tomar conciencia de que esa creencia, además de falsa, es un obstáculo para la convivencia social armoniosa. Aceptar que el enojo por la nominación de Yalitza se deriva en realidad de la vergüenza de que una mujer indígena sea la imagen de México en el extranjero; de sentir que está “usurpando” el lugar que le corresponde a los “señores”, que la proyección que está recibiendo debería ser para personas que en la atávica jerarquía social están “por arriba” de ella.
Eugenia Iturriaga Acevedo, investigadora de la Facultad de Ciencias
Antropológicas de la Uady, compartió hace tres años con “Diario de Yucatán” el
contenido de un libro que escribió sobre el trato discriminatorio de las élites
del Estado a la población maya, entre ella la que forma parte del servicio
doméstico. La información motivó la réplica de una persona que negaba la existencia
de las conductas racistas y aseguraba que la investigadora desconocía la
realidad de la entidad. Qué bien que haya hogares en que los trabajadores
domésticos reciban un trato similar al del resto de la familia. Pero sabemos
que ésa no es la generalidad.
Una amiga me contaba que a su marido un colega le preguntó con extrañeza por
qué permitía que la joven que cuida de sus hijos y limpia la casa se sentara a
comer con ellos a la mesa. Y mi mamá tenía una compañera de trabajo, muy
respetuosa de los rituales de la Iglesia, que le había admitido que si una
mujer maya estaba junto a ella en la misa no le daba la mano en el momento
de la paz.
La misma “Roma” nos muestra la ambivalencia en el trato a la trabajadora doméstica: “Te queremos, te necesitamos, incluso te debemos la vida, Cleo. Ahora, levanta la mesa y ve a comer a la cocina”.
Si algún provecho podemos sacar de las reacciones a la popularidad de Yalitza es la motivación a erradicar de una vez y para siempre el desprecio a nuestra identidad indígena.
Fotografía de Participant Media y Esperanto Filmoj |
Para erradicar en México la discriminación a las comunidades étnicas debemos como primer paso admitir que persiste la idea colonial de que lo indígena es feo y poco valioso y tomar conciencia de que esa creencia, además de falsa, es un obstáculo para la convivencia social armoniosa. Aceptar que el enojo por la nominación de Yalitza se deriva en realidad de la vergüenza de que una mujer indígena sea la imagen de México en el extranjero; de sentir que está “usurpando” el lugar que le corresponde a los “señores”, que la proyección que está recibiendo debería ser para personas que en la atávica jerarquía social están “por arriba” de ella.
Foto: Participant Media y Esperanto Filmoj |
Foto: Participant Media y Esperanto Filmoj |
La misma “Roma” nos muestra la ambivalencia en el trato a la trabajadora doméstica: “Te queremos, te necesitamos, incluso te debemos la vida, Cleo. Ahora, levanta la mesa y ve a comer a la cocina”.
Si algún provecho podemos sacar de las reacciones a la popularidad de Yalitza es la motivación a erradicar de una vez y para siempre el desprecio a nuestra identidad indígena.
Muy buen texto Valen.
ResponderEliminarQue buen análisis Vale, un abrazo!
ResponderEliminarExcelente texto Vale, como siempre tienes mi atención y admiración. Pero la discriminación no sólo se da entre las clases media o alta e indígena, o patrón y sirviente, lo peor es que se da entre las mismas clases bajas, como se ve en la película, cuando el seudo karateka ese le dice a Cleo "pinche gata" y él vive en una colonia olvidada, no le dice "pinche india", sino que viene acá eso de "yo soy mejor que tú porque soy de colonia y tú de barrio, o porque soy de ciudad y tú de pueblo"... qué triste.
ResponderEliminarGracias Vale por hacer pública una conversación que normalmente tiene lugar detrás de muros muy altos, y en este caso no estoy hablando del muro que el Presidente de los Estados Unidos dice que espera construir.
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