Viengsay Valdés en "Bolero" de Érika Torres (foto de Leslie Santos Bonilla). |
Viengsay Valdés no es buena bailarina por hacer balances que
duran varios segundos o por girar con fuerza y a gran velocidad. Es buena
bailarina porque es buena artista.
En el Festival Internacional de Ballet de La Habana de 2010
Viengsay eligió para presentar en un programa de concierto la misma coreografía
que Erina Takahasi, del English National Ballet: “Non, je ne regrette rien” de
Ben van Cauwenbergh. Ambas se mostraron eficientes técnicamente, pero mientras
Erina la interpretó sin una emoción en especial, Viengsay cerraba los ojos y adoptaba
una expresión como de mujer locamente enamorada hablando del objeto de su
afecto.
Aunque en ese momento me pareció que la coreografía no
necesitaba tanta carga emocional, fue una prueba más de cómo Viengsay asume
sus papeles: los convierte en personajes con sentimientos, en discursos, en puntos
de vista.
Ésa es una de las razones por las cuales “Bolero”, la
coreografía que Érika Torres creó para ella y que la cubana estrenó en el
cierre de “Danza de América”, el jueves 2 de mayo en el Teatro Peón Contreras, me
pareció el mejor momento del programa. Esa noche ya se había visto a Viengsay
haciendo aquello por lo que es famosa, retando a las leyes de la Física con sus
balances y sus fouettés en el pas de
deux de “Don Quijote” con Osiel Gounod, así que cuando llegó “Bolero”, con su
lenguaje contemporáneo, sus líneas desfiguradas y su distanciamiento de los
actos gimnásticos tan asociados a la cubana, sentí una oleada de frescura, un “vaya,
por fin” porque se le dio la oportunidad de demostrar que su rango de interpretación es
mucho más amplio que el de esos clásicos que le salen tan bien pero que la han
encasillado como bailarina.
Mayvel Miranda (en el aire) y Adrián Leyva, en "Bolero" (foto de Leslie Santos Bonilla). |
El de “Bolero” es además un papel que le ajusta a la
perfección. A Viengsay se me hace un poco difícil creerle en personajes frágiles
o vulnerables, como en “La muerte del cisne”, que también bailó esa noche, o haciendo
de Odette en “El lago de los cisnes”, pues por su figura musculosa y algunos datos
que me han llegado sobre su vida personal la percibo como una chica sensible
pero fuerte y aguerrida. Justamente es ésa la sensación que me transmitió en “Bolero”, en la que es una mujer que se relaciona sin
temor al tú por tú con seis varones, con los que en un principio parece
mimetizarse al formar un solo bloque con ellos y realizar sus mismos
movimientos.
Pero hay otra razón por la cual me gustó “Bolero”: por la
coreografía. Érika Torres explicó días antes del estreno que la había situado
en la década de 1920 y se había inspirado en las vanguardias de la época. La estética
de estos años se llevó a escena con el vestuario, pues los seis varones llevaron
traje completo y Viengsay, un vestido de flecos de colores oscuros y peinado
recogido hacia atrás. La pieza comienza cuando los bailarines caminan alineados
en horizontal hacia la boca del foso de la orquesta y miran unos segundos al
público (¿lo estarán descubriendo o retando?). Regresan al centro del escenario
y forman un grupo compacto del que se separa el primer solista varón para bailar.
Le siguen otros hasta que todos están en movimiento y poco a poco Viengsay,
hasta entonces una figura más del grupo, comienza a concentrar las miradas, un
protagonismo que mantendrá hasta que se escuche la última nota compuesta por
Maurice Ravel.
Adrián Leyva, César Pérez, Léster Díaz, Viengsay Valdés, Mayvel Miranda, Yojan Herrera y Miguel Hevia (la fotografía es de Leslie Santos Bonilla). |
A diferencia de otras obras, en “Bolero” al espectador no se
le permite ser pasivo; no le están contando una historia, pero el vestuario le sugiere
un trasfondo, así que debe lidiar con esa incertidumbre, además de procesar imágenes barrocas
extraídas, según informó la coreógrafa, de un ejercicio de improvisación. Me
resulta especialmente atractiva la manera en que Érika juega con el caos y el
orden, con movimientos de los bailarines que resultan chocantes junto a las simetrías del conjunto.
Con Viengsay bailaron Miguel Hevia, César Pérez, Léster Díaz,
Yojan Herrera, Mayvel Miranda y Adrián Leyva, todos ellos integrantes de la
Compañía de Danza Clásica de Yucatán.
Bailarines de la Compañía de Danza Clásica de Yucatán en dos momentos de "West Side Story", de Adrián Leyva (fotos de Leslie Santos Bonilla). |
Adrián además de bailarín es coreógrafo. Él creó el otro
estreno del programa, “West Side Story”, que usó la música de Leonard Bernstein
y se inspiró en “Amor sin barreras”, aunque Adrián aclaró que no era una
recreación de esa obra. Y no lo fue. Aunque en un momento se ve a tres solistas
tronando los dedos como en una de las escenas del musical, se trató de un
ballet de líneas compuesto con un lenguaje neoclásico, dinámico y animado en el
que la Compañía de Danza Clásica de Yucatán demostró sus avances y potencial.
Por desgracia, frente a los talentos de los dos invitados principales de esa
noche su presentación resultó modesta.
El programa “Danza de América” tuvo una segunda función, el sábado 4 en el mismo teatro.
El programa “Danza de América” tuvo una segunda función, el sábado 4 en el mismo teatro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario