La presentación de anoche del Ballet Imperial Ruso en el
Teatro Armando Manzanero es un ejemplo de buenas intenciones que caen en el
camino equivocado.
A diferencia de otros espectáculos rusos de danza que han
llegado a Mérida por medio de los mismos promotores, éste no se percibió como
un intento de verle la cara al espectador con un híbrido de bailarines tomados
de diferentes compañías sólo para armar una gira y presentar cualquier clásico
en versión falta de ingenio.
A pesar de que es evidente que algunos de sus artistas son
más talentosos que otros (la chica que interpretó a Carmen en la primera de las
tres partes del programa tiene unas líneas muy bellas y movimientos gráciles),
también es claro que forman un grupo que está en la misma sintonía, que tiene cohesión
y homogeneidad en la manera de interpretar las coreografías, algo que no se ve en
los ensambles efímeros en los que la falta de conocimiento y trabajo conjunto
se delata en actuaciones anémicas y sin intención.
El problema del Ballet Imperial Ruso son sus coreografías. O
al menos sus versiones de “Carmina Burana” y “Bolero”, que ocuparon toda la
segunda y la tercera partes, respectivamente, y que, gracias a la
persistente visión ahorradora de sus promotores, sus creadores permanecerán
ignorados por el público ante la falta de programas de mano que le informara de sus nombres. “Carmina Burana” –en una entrevista días antes con Diario de
Yucatán la responsable de la gira por México dijo que la coreógrafa es Maya
Murdmaa– es una aproximación la mayor parte del tiempo contemporánea, por
momentos neoclásica, a la obra de Carl Orff en la que los solistas encuentran
caminos de lucimiento en esos giros y saltos en los que los rusos son tan
buenos. Los movimientos procuran la simetría y la sincronía con las notas de la
música, pero parecen aislados unos de otro, faltos de sentido en su conjunto,
como si alguien pronunciara una secuencia de palabras u oraciones que, sin
embargo, no crean un discurso.
El programa se cerró con “Bolero”. En la coreografía contemporánea de
Nikolay Androsov con la música de Maurice Ravel flotan en el aire sentimientos
de fuerza, de poder, no sólo por la figura de una deidad ante la cual se baila –y
que dota de argumento a la obra-, sino también por el uso de vestuario negro de
la cabeza a los pies, que imprime en los bailarines un halo de misterio. Androsov
inicia su coreografía no con las sutiles, casi inaudibles, notas de “Bolero”,
sino con sonido de truenos y un juego de luces que transmite la idea de una
tormenta, a los que sigue un efecto de humo. Mi rechazo a la versión de
Androsov está en experiencias personales previas con la obra; para mí “Bolero” equivale a intimidad, sensualidad, no una demostración de poderío, no sacrificios a una deidad, no
carreras frenéticas de un lado a otro del escenario.
Pero la función tuvo algo muy bueno: la suite “Carmen”, que, según algunos medios
de prensa, es la creada por Alberto Alonso. A medio camino entre moderna y
neoclásica, ofrece imágenes armoniosas tanto en los pas de deux como en las
intervenciones del cuerpo de baile, además de que presenta retos técnicos
para los solistas. En la tríada Carmen, don José y Escamillo (sin programas de
mano cómo saber los nombres de sus intérpretes…) son los dos primeros los que sobresalen. Se
entiende por qué Carmen está tan enamorada de don José, es muy fácil ser
conquistada por la velocidad que éste le imprime a sus giros. De especial
impacto son los enfrentamientos finales entre el amante obsesionado y la
tabacalera, y entre Escamillo y el toro, que se presentan de manera simultánea, incluyendo las
estocadas a Carmen y al astado. Si habría que pedirle algo al Ballet Imperial en
esta coreografía es algo más de expresividad en sus protagonistas, pues para
ser una historia trágica se vieron algo contenidos.
A lo largo de la presentación, en la que el teatro se ocupó
en un 90% de su capacidad, fueron comunes los problemas con el sonido, que
bajaba y subía de volumen (las primeras notas de “Bolero” no comenzaron por lo
bajo ni fueron en crescendo, sino con el volumen estándar del resto de la música). Y, sin embargo, no salí molesta como en otras
ocasiones, porque sentí un auténtico esfuerzo de la agrupación visitante por
ofrecer un programa nutrido (casi de tres horas) y con un sello personal.
Solamente se ofreció una función, que comenzó a las 8.
El Ballet Imperial Ruso al final de "Carmina Burana". |
Una de las escenas iniciales de "Bolero". |
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